18.9.07

De las disculpas debidas

Que lo sé. Que no necesito de ajenas recriminaciones que para afear mi conducta me basto y me sobro. Ya recuerdo que hace semanas prometí volver a la cosa escribatoria cotidiana, y que transcurren las jornadas sin que una mísera línea se plasme en estos escritos. Podría apelar, como hice otrora a la molicie canicular como justificación de la ausencia, mas, a fuer de ser sincero, no puedo. No debo.

En este 2007, han querido los hados regalarme con una nueva experiencia laboral en la que me hallo inmerso el más de mi tiempo: La construcción de un nuevo proyecto periodístico en forma de diario. Por esas cosas legales que acontecen y que uno, con amplia capacidad contractual y en pleno uso de sus facultades legales, acepta, firma y rubrica, hállome incapacitado para contar cualesquiera cosa de las interioridades de este proceso gestatorio salvo quizá, el nombre del proyecto que verá la luz en próximas fechas: Público. Sin determinantes ni calificativos. Cuando quiera que las diarias tareas dejen algo de tiempo para mi propia mismidad, puede que sea posible tanto que retome estas páginas, como que cuente alguna cosa de las muchas que nos acontecen en el diario Público.

Entre tanto, reitero mis disculpas

Nepión

23.7.07

Del humor triste

Mala cosa es cuando la cosa del humor, el lugar de provocar la risa, hace saltar el llanto. Mal asunto es, un suponer, que a un togado fiscal dispuesto a transponerse tras opípara pitanza se le atragante la modorra al ver que el Tomate se hace eco de una revista que presenta al hijo del monarca en plena accesión con su legítima, mientras clama que gracias al cheque-bebé recientemente presentado, esta cópula sea lo más parecido a una jornada laboral que ha ocurrido en toda su vida.

Bien porque el esquicio no fuere de su agrado, bien porque los bocadillos provocaran bascas en la panza del señor fiscal, el caso fue que la ira adueñose del togado y, tras colocar la escribanía, cogiéndosela con papel de cocina (que el de fumar ya no está en uso) y, sin encomendarse ni a Dios ni a la Casa Real, puso en danza al juez del Olmo para que ordenara el secuestro de tan indigno bosquejo por supuestas injurias a la corona. Bueno, no tan supuestas, puesto que la primera medida impuesta, la requisa, es desde ya una pena. ¡Qué pena!

¿Hanse dado cuenta, tanto fiscal como magistrado, que, en puridad, no puede hablarse de “injurias a la corona”? No sólo porque los hispanos monarcas no luzcan el ornamento regio, sino porque, que se sepa, el titular sigue vivito y coleando jugando al Bribón por Baleares.

Malo es que se piensen que apuntar sobre la falta de ocupación práctica del heredero constituye delito de injuria porque, en ese caso, el ministro Solbes ha de centuplicar el presupuesto para presidios, penales o ergástulos donde cobijarnos a cuantos cuestionamos la figura monarca que, si no mayoría, sí que somos multitud.

Malo es que discreparen de la calidad pictórica del esbozo, pues si su vocación fuere la de críticos artísticos, a fe mía que erraron en sus carreras pues ya me contarán entonces a qué tantos años apretando los codos, empollando código tras código, para salir bien parado en oposición. Lo felices que hubieren sido triscando de exposición en certamen en lugar de penar aplicando penas. ¡Qué penas!

Mas, si malo es ver falta en la insinuación, y mala también la vocación frustrada, peor aún, me parece es ver injuria en la representación del ayuntamiento de las figuras principescas. Hasta donde alcanzan los conocimientos biológicos de este que suscribe, aunque se pertenezca a la estirpe regia, cuando se ha de chingar se hace al modo del resto de los mamíferos, con variedad de poses, cierto, que precisamente es en la variedad en donde esta el gusto. ¡Qué gusto!

De no ser que, en su docto saber, juez y fiscal sepan de cierto que Leonor y Sofiita nacieron en el Ruber Internacional por ser el hospital que dispone de las mejores pistas para el aterrizaje de las cigüeñas que vienen de París. Caso éste que les haría acreedores a ambos dos de una candidatura merecida al Nóbel de Fisiología, por lo que propongo de inmediato comenzar campaña para que, sin dilación, se les conceda el galardón (¿sabe alguien si la candidatura ha de presentarse por cuadruplicado o basta con una simple copia simple?).

Uno, que va teniendo esa edad en la que en lugar de contar años cuenta achaques, no puede por menos que recordarse de otros tiempos en los que las gentes con poder hacían lo posible por joder al personal para que el personal no jodiera. O para que no lo viera. Si no fuera por la presbicia, pensaría que el tiempo no ha pasado.

Mala cosa es cuando la cosa del humor, en lugar de a risa mueve al llanto. Y mala semana se fue para la cosa del humor. Quienes alguna vez hemos tenido intención de hacer reír sabemos lo difícil que resulta sacar siquiera una sonrisa. Más complejo es todavía trocar risa en carcajada. Algunos genios lo consiguen de cuando en vez, y sólo los más grandes lo tienen por costumbre. El Negro Fontanarrosa, era uno de éstos. Tristemente, el pasado viernes, al ver su nombre en el diario, en lugar de surgir en mí la habitual sonrisa, la humedad comenzó a nublarme la vista. El Negro nos había dejado. No pude evitar la salida de una lágrima solitaria, pero prometime que había de ser la última por su causa. Por fortuna, en poco tiempo supe encontrar el antídoto. Hágame caso, si se le humedece la mirada, pinche allá, o aquí. Es lo mismo.

Nepión

17.7.07

De gerifaltes, prebostes y jefes

Hace no más de un par de días, un conocido llamóme para contarme que uno de mis antiguos jefes salía en las noticias. Curioso. Que uno de mis antiguos jefes aparezca en algún medio informativo no debería ser hecho comentable. Siendo, como soy, juntaletras desde ha casi cinco lustros, lógico es que muchos de mis antiguos jefes salgan en los papeles. Al fin y a la postre, también los más de ellos se dedican a esto de contar las cosas que pasan.

Bien es cierto que el buen Pakito Grillo, que es quien me ponía sobre la pista, referíase a que la prensa contaba de las maniobras financieras de un editor para el que, tiempo atrás, estuve trabajando. Ahora bien, para quienes conocen todo, o simplemente una parte de mi acervo jerárquico, que uno de los que fueron mis mandamases sea protagonista de la prensa a causa de argucias, martingalas o añagazas, no hubiera de ser causa de sobresalto o zozobra, pues argumentando sobre una plétora de quienes fueren mis superiores podría escribirse un voluminoso manual de las malas artes.

Empezando por el letrado editor, a quien Dios y el juez de vigilancia penitenciaria guarden muchos años, hasta llegar a mi más reciente “adquisición” (uno al que, hasta sus propios amigos, apodan como “Gitano”, y del que lo mejor que puede decirse es que no tiene ni una mala palabra ni una buena acción) han sido variados y diversos los prebostes de parecida guisa.

Hube de trabajar una breve temporada para un, ya entonces, exbanquero acuciado por la fiscalía, que pretendió publicar una revista con la que limpiar su nombre. De nada le valió y hoy continúa restando días, semanas y meses de los 14 años que aún le quedan de condena. Otro de mis gerifaltes fue conocido en su mocedad como el “Nazi macarra”, remoquete que le pusieron meses antes de ser detenido en el 79 por un asalto a la facultad de Derecho de la Complu en el que hubo varios heridos de bala. Caprichos del destino hicieron que, años después, se convirtiera en vicerrector de una universidad privada. El “Nazi” había dejado de ser macarra.

En uno de mis periplos laborales extramadrileños caí en las redes de un bribón jaenero que intentaba la extorsión a cambio de silenciar inexistentes escándalos financieros en las instituciones jienenses. Ignoraba el fullero, que para que un escándalo adquiera tal condición, no basta sólo con que sea publicado, alguien tendría que leerlo; condición que no se daba en el panfleto publicado.

Largo tiempo anduve también como subalterno de uno que contaba de sus correrías como corresponsal en la guerra irano-iraquí de los 80. Uno de los corresponsales más atípicos con los que topé en mi camino pues, luego de varias semanas de hemerotecas, no pude encontrar una sola de sus crónicas para la revista de la que “fue” enviado especial. Tiempo después supe que nunca estuvo en esa guerra. Ni en ninguna otra.

Largo elenco, al que aún podrían agregarse una retahíla de personajillos y concejales y que, tras contemplar desde una perspectiva histórica, uno no puede evitar el remedo a Romanones y exclamar: ¡Joder, qué tropa!

Empero, como no todo el monte es orégano, ni siempre que tocan las campanas, anuncian muerto, he de añadir, y añado, que en esta larga trayectoria tuve la suerte de laburar con grandes, muy grandes, profesionales y mejores personas: Jesús Ramos, Nacho Jiménez Mesa, Carles Torras, Rafa Plaza, Fernando Reinlein, José Acevedo, Fermín Vílchez, Manolo Quintero, Juan Francisco Pla y tantos otros, pero, sobre todo, Alberto Otaño. Cualquiera de éstos bastaría por si mismo para eclipsar a toda la caterva de rufianes que he ido encontrando en este loco mundo. A veces, cotejando ambas listas, uno llega a sentirse un poco Mio Cid: “Dios, que buen vasallo cuando obiera buen señor”.

Nepión

9.7.07

De los reyes y sus pandas

Los Reyes han venido de oriente y han traído un regalo. Si la temperatura fuere algo más baja (unos veintiocho grados menos), el personal anduviera desaforado de tienda en tienda (las rebajas no son lo mismo) y hubiera un retintineo de campanas de Belén y peces en el río, uno pudiera pensar que estamos en Navidad. Pero, quía, mediamos el mes de julio pero es cierto, los Reyes han venido de oriente con un regalo en forma de osos.

En pocos meses los ciudadanos capitalinos con niños en nuestro rededor seremos bombardeados por decenas de centenares de mensajes instándonos a visitar eso que los muy mayores seguimos llamando Casa de Fieras y a lo que, en puridad, deberíamos referirnos como Zoo de Madrid, pues es allí donde van a morar Bingxing y Hua Zui Ba como ya lo hicieran hace treinta años Shao Shao y Chang Chang, otra pareja de osos panda que el gobierno de la China ofreció como regalo a sus majestades de este occidente nuestro.

Uno siempre había pensado que los regalos que recibían nuestros dignatarios por mor de su rango pasaban directamente a ser inventariados como parte del patrimonio nacional. Mas, como ya ocurriera entonces, eso no pasa con los osos panda que pasan a formar parte de la contabilidad de Parques Reunidos S.A., una empresa privada que cotiza en bolsa y que en el ejercicio anterior tuvo unos beneficios de más de 60 millones de euritos de los de ahora y que, gracias a los osos de marras, estos beneficios aumentarán, lo menos un potosí en los próximos ejercicios. Que debe ser que en España no hay zoológicos de titularidad pública.

Un zoológico al que, de vez en cuando, acuden los chicos y chicas de una ONG que asiste y atiende a los hijos de las reclusas de las cárceles madrileñas. Niños y niñas que, si no fuera por esta ONG, no podrían ver las calles y parques de los madriles más que a través de los barrotes de las celdas que ocupan con sus madres.

Cuando estos mozos y mozas, hará un par de meses, llevaron a unos cuantos hijos de las presidiarias de visita al parque zoológico madrileño, al llegar, como casi todo hijo de vecino, hubieron de pasar por taquilla y abonar cada uno más de catorce eurillos de sus peculios particulares porque la dirección del Zoo de Madrid no tiene en cuenta que los voluntarios de una ONG llevan a cabo una tarea altruista sin retribución alguna. Vamos, que para los gerifaltes de Parques Reunidos S.A. (esos a los quienes los Reyes les traen por la patilla unos osos panda) la responsabilidad social de la empresa sólo cuenta si se puede desgravar de los impuestos.

Con una Casa Real que, para traer vástagos al mundo, prefiere la sanidad privada antes que la pública, que desprecia la educación que pagamos todos enviando cada mañana al infantado a carísimos colegios privados o que regala el patrimonio del estado a empresas privadas empiezo a entender por qué, cada día que pasa, creo menos en los reyes. Aunque me conste que vienen de oriente y traen regalos. Pero sólo para algunos.

Nepión

3.7.07

Nociones de periodismo analógico 1 El espacio

En aquel tiempo era importante la labor del teletipista. El susodicho era un ciudadano (o ciudadana) englobable dentro de ese grupo de edad mayoritariamente definido como joven, cuya misión era fundamental para la elaboración diaria de un periódico, o la elaboración periódica de un diario, que viene a ser lo mismo.

Su misión consistía en pasar las horas muertas ante una mágica máquina que escribía, aparentemente sin la intervención de humano alguno. La máquina escribía sin descanso volcando en papel cuantas aconteceres sucedían por esos mundos de Dios. De cuando en vez, una sonora campanita remarcaba la especial trascendencia de la siguiente noticia.

El teletipista había de recortar cada una de las noticias recibidas, clasificarlas según su temática para, con toda celeridad, repartirlas por las diferentes secciones del periódico: La nominación de Reagan como candidato, a internacional; la plata de Llopart, a deportes; los datos del IPC, a economía, … y cada vez que entregaba un montón de teletipos en cada una de las secciones, soñaba con que cualquiera de los jefes le encargara escribir siquiera un breve para la edición de mañana.

Cuando terminaba una entrega en la sección de nacional fue chistado por el redactor jefe. Pocas son las veces que un redactor jefe le chista a un teletipista, y ese chistado solía preludiar un rapapolvo. Mas no fue el caso. Bien al contrario, el redactor jefe requería del subalterno para encargarle “una cosita sobre una tienda a la que han robado varias veces en el último mes”.

Zumbó el teletipista mutado en intrépido reportero a la caza de la información, estando de vuelta en apenas una hora dispuesto a contar con pelos y señales los infortunios del buen tendero víctima reiterada de los cacos.

Tomo prestada la olivetti de uno de los titulares de Deportes (en verano solí haber máquinas libres en la redacción), y en poco más de cuarenta minutos le entregaba al redactor jefe su primer paso hacia el Premio Nacional de Periodismo después de, eso sí, haberlo releído unas doce veces para asegurarse que no contenía ninguna falta. Con la parsimonia que sólo solo puede tener tan avezado profesional, el redactor jefe tomó asiento y se enfrascó en la lectura de los dos folios y medio en los que el exteletipista había condensado el marasmo de información que le había facilitado el tendero.

Luego de unos minutos de sosegada lectura, uno, y tensa espera, el otro levantó la cabeza el redactor jefe: “Muy bueno. Sí señor. Está prácticamente todo… Pero mira a ver si lo puedes dejar en folio y medio. O un poco menos”. “En un momento”, dijo el reportero mientras corría a sentarse nuevamente ante la olivetti para recortar esas veinte o veinticinco líneas que le habían pedido.

No había transcurrido media hora cuando el aprendiz, volvía ante la mesa de cierre con sus dos folios, el segundo escrito sólo en un tercio, a pedir la venia jerárquica, con la seguridad de que, esta vez sí, el artículo salía mañana impreso con su firma.

Tras la serena lectura volvieron las loas al escrito, las alabanzas al lenguaje utilizado y a la concreción en los hechos narrado, y también otro pero: “¿A que lo puedes dejar en sólo un folio?”

Vuelta a la olivetti, y vuelta a la mesa del redactor jefe. Y así no menos de cuatro viajes siempre habiendo de recortar un poquito más el texto. Poco a poco la redacción se iba vaciando. Los motores de la rotativa empezaban a vibrar y cada vez era más difícil que el escrito del buen teletipista apareciera en la edición de mañana, aunque fuera firmado sólo con iniciales.

Por fin, después de no sé cuantos halagos y peros, mientras la rotativa sacaba los primeros ejemplares de la edición del sábado, sin más personal en la redacción que el redactor jefe y el teletipista, éste pulsó el punto final de las escasas doce líneas en las que contaba que un tendero había sido atracado muchas veces en muy poco tiempo. Información pura y dura. Escueta.

“Cojonudo” -dijo el redactor jefe-. “Simplemente la noticia. Sin datos que distraigan del meollo. Buen trabajo, chaval. Lo sacamos para el domingo”. Y sosteniendo todavía el texto en la mano izquierda, y apoyando la derecha sobre el hombro de un exhausto teletipista, le aleccionó: “Si puedes contarlo en quince líneas, no escribas tres folios”.

Nepión

30.6.07

Nociones de periodismo analógico – Introito

En la inmersidad tecnológica que nos rodea, raro es encontrar un convecino que no tenga relación o posea algún dispositivo de esos que conforman lo que viene llamándose nuevas tecnologías. Puede uno pasar, por ejemplo, a Pendones, hermosa y pequeña localidad asturiana y, seguramente, quien más, quien menos de sus habitantes anda en posesión de tamagochi, computadora, videocámara, receptor de TDT o satélite, máquina de retratamientos u otro tipo de dispositivo repleto de microcircuitos.

Dada, pues, esta proliferación, mucho han tardado los comunicólogos en buscarle provecho a esta infinitud de paratejos, cacharrillos, ingenios y artilugios convirtiendo a sus propietarios en fuente narradora de cuantos aconteceres puedan circundarle. Así, proliferan por las webes de los medios informativos, proclamas y llamamientos a la participación de los hasta hace poco solamente lectores, invitando a que se conviertan en los nuevos periodistas de la era digital. Esto es, básicamente, lo que algunos, imbuidos de un toque de modernidad pseudotecnológica, han bautizado como Periodismo 2.0.

Quiere esto decir que cualquier chiquilicuatro, con el único mérito en su haber de saber configurar un BlackBerry con un puñado de direcciones (que no es poca cosa tampoco), o de capturar una borrosa instantánea con el móvil conseguido por sólo quince euricos gracias al programa de puntos de su operador telefónico, puede convertirse en candidato al Pulitzer, al World Press Photo Award, o al Francisco Cerecedo, por poner sólo unos ejemplos. O al menos eso cree.

Como uno, perro viejo gastado en estas lides de contar cuanto viene pasando desde hace más de dos décadas, piensa que el oficio de periodista no se adquiere por ciencia infusa ni ósmosis, a fin contribuir, siquiera de forma exigua, a este nuevo modelo informativo, heme propuesto comenzar una serie de apuntamientos sobre algunos de los adminículos que, unas décadas atrás, constituían la parafernalia imprescindible para ejercer de intrépido reportero.

También contaré de algunos acaeceres que, otrora, formaron parte del proceso de aprendizaje del oficio. Sólo serán unos sencillos consejos e historias que pretenden rescatar lo aprovechable que pueda quedar en la forma de entender el periodismo como se hacía en aquel tiempo.

No entraré siquiera en uno de los pilares como es el proceso lingüístico, pues existen decenas de manuales para proceder a la cosa escribatoria con total ortodoxia. Tampoco busque en estos bosquejos manual alguno que le enseñe a sacar el máximo partido a los gigabites de su máquina, pues eso lo encontrará el lector con sólo ojear el montón de hojas impresas que suele acompañar al cachivache en el momento de la adquisición.

Confío que estas nociones le puedan ser de alguna utilidad.

Nepión

17.6.07

Del regreso

Hay cienes de cosas que dejé de hacer con el paso del tiempo. Montar en bicicleta, traducir a Cicerón (jamás pasé del tercer párrafo), caminar por las montañas o esperar con ilusión la noche de Reyes. Pero eso eran cosas de otro siglo, de hace décadas. De menos tiempo para acá, también he dejado de hacer otras. Desque carezco de canina compañía, puede decirse que apenas paseo. Tiempo atrás, y no hay que remontarse tanto, varias veces al día habíame la obligación de vagabundear por el vecindario a fin de ejercitar a la mascota y, de paso, procurar que ésta miccionara o ciscase, siempre con respeto de la normativa municipal, la higiene ciudadana y la buena educación recibida.

Si bien las más de las veces estos paseos eran cuasi apresurados, no menos cierto es que, cuando el tiempo acompañaba, el paseo nocturno solía prolongarse un buen rato para regocijo del buen Bruno (quien recibió este nombre precisamente por ser bruno su pelaje). Mientras Bruno se detenía a oliscar, ventear, o husmear quién sabe qué recónditos rastros, yo solía aprovechar el paseo para poner la mente en veleidades, zonceras o futilidades variadas y diversas.

No más hace unos días, aún carente de gozque, chucho o cachorrillo, salí a deambular por las callejas del contorno, sin más animo que el de dejar mal herido un corto tiempo o, incluso, de matar el rato. Así, enlazando mentalmente tontuna con nesciencia, caí en la cuenta que, del mismo modo que al pasar los tiempos, hay cosas que dejan de hacerse, también hay palabras o locuciones que dejan de usarse. Así por ejemplo, confieso, meses ha que no uso la expresión “dilecto amigo” para referirme a nadie. Y no es porque no tenga dilectos amigos a los que hacer referencia, que haberlos haylos, como las meigas – Paco, Noelia, Almudena,…por citar sólo algunos de la lista- sino que desde hace varios meses, cuando póngome a la escritura, sólo es para hacer lo que esperan que escriba. Ni una línea más.

De seguir esta rutina, supuse, en no mucho tiempo podría sentirme convertido en simple amanuense sometido por una disfunción alfabética empobrecedora del lenguaje. Y no queremos que esto pase.

Así pues, consciente de la dolencia, decidí empezar con la rehabilitación, volver los pasos al hogar y retomar este esporadicadario a modo de emplasto contra el analfabetismo funcional. Sea.