Nepionadas
Reflexiones sobre algunas cosas poco importantes escritas por NEPIÓN. Esporadicadario, esto es, que lo renovamos periódicamente cada... de vez en cuando.
24.2.12
El día que todo empezó
18.9.07
De las disculpas debidas
En este 2007, han querido los hados regalarme con una nueva experiencia laboral en la que me hallo inmerso el más de mi tiempo: La construcción de un nuevo proyecto periodístico en forma de diario. Por esas cosas legales que acontecen y que uno, con amplia capacidad contractual y en pleno uso de sus facultades legales, acepta, firma y rubrica, hállome incapacitado para contar cualesquiera cosa de las interioridades de este proceso gestatorio salvo quizá, el nombre del proyecto que verá la luz en próximas fechas: Público. Sin determinantes ni calificativos. Cuando quiera que las diarias tareas dejen algo de tiempo para mi propia mismidad, puede que sea posible tanto que retome estas páginas, como que cuente alguna cosa de las muchas que nos acontecen en el diario Público.
Entre tanto, reitero mis disculpas
23.7.07
Del humor triste
Mala cosa es cuando la cosa del humor, el lugar de provocar la risa, hace saltar el llanto. Mal asunto es, un suponer, que a un togado fiscal dispuesto a transponerse tras opípara pitanza se le atragante la modorra al ver que el Tomate se hace eco de una revista que presenta al hijo del monarca en plena accesión con su legítima, mientras clama que gracias al cheque-bebé recientemente presentado, esta cópula sea lo más parecido a una jornada laboral que ha ocurrido en toda su vida.
Bien porque el esquicio no fuere de su agrado, bien porque los bocadillos provocaran bascas en la panza del señor fiscal, el caso fue que la ira adueñose del togado y, tras colocar la escribanía, cogiéndosela con papel de cocina (que el de fumar ya no está en uso) y, sin encomendarse ni a Dios ni a
¿Hanse dado cuenta, tanto fiscal como magistrado, que, en puridad, no puede hablarse de “injurias a la corona”? No sólo porque los hispanos monarcas no luzcan el ornamento regio, sino porque, que se sepa, el titular sigue vivito y coleando jugando al Bribón por Baleares.
Malo es que se piensen que apuntar sobre la falta de ocupación práctica del heredero constituye delito de injuria porque, en ese caso, el ministro Solbes ha de centuplicar el presupuesto para presidios, penales o ergástulos donde cobijarnos a cuantos cuestionamos la figura monarca que, si no mayoría, sí que somos multitud.
Malo es que discreparen de la calidad pictórica del esbozo, pues si su vocación fuere la de críticos artísticos, a fe mía que erraron en sus carreras pues ya me contarán entonces a qué tantos años apretando los codos, empollando código tras código, para salir bien parado en oposición. Lo felices que hubieren sido triscando de exposición en certamen en lugar de penar aplicando penas. ¡Qué penas!
Mas, si malo es ver falta en la insinuación, y mala también la vocación frustrada, peor aún, me parece es ver injuria en la representación del ayuntamiento de las figuras principescas. Hasta donde alcanzan los conocimientos biológicos de este que suscribe, aunque se pertenezca a la estirpe regia, cuando se ha de chingar se hace al modo del resto de los mamíferos, con variedad de poses, cierto, que precisamente es en la variedad en donde esta el gusto. ¡Qué gusto!
De no ser que, en su docto saber, juez y fiscal sepan de cierto que Leonor y Sofiita nacieron en el Ruber Internacional por ser el hospital que dispone de las mejores pistas para el aterrizaje de las cigüeñas que vienen de París. Caso éste que les haría acreedores a ambos dos de una candidatura merecida al Nóbel de Fisiología, por lo que propongo de inmediato comenzar campaña para que, sin dilación, se les conceda el galardón (¿sabe alguien si la candidatura ha de presentarse por cuadruplicado o basta con una simple copia simple?).
Uno, que va teniendo esa edad en la que en lugar de contar años cuenta achaques, no puede por menos que recordarse de otros tiempos en los que las gentes con poder hacían lo posible por joder al personal para que el personal no jodiera. O para que no lo viera. Si no fuera por la presbicia, pensaría que el tiempo no ha pasado.