Tal día como ayer de hace una buena purrela de años, yo era
un recién ingresado en la facultad de Periodismo, cargado de dudas por si
realmente había elegido la carrera acertada. Aquella tarde, mi hermana Pepa
había aprovechado una tarde de libranza para sacar el numerito de la ORA en el
edificio de las Escuelas Aguirre. Nada más entrar en el coche, pasaron por su
lado como 10 ó 12 coches de la policía, entonces ‘lecheras’, a toda velocidad y
armando un gran escándalo de sirenas y luces. Ni corta ni perezosa, arrancó el
R-5 y salió detrás de ellos sin darse cuenta que, en un momento, otra larga
fila de lecheras se había formado a su espalda.
Así, en medio de la fila de coches blancos, con más escolta
que la podría llevar el presidente de los EEUU, el R5 azul llegó hasta la misma
puerta del Congreso. Pepa aparcó, y se fue puertas adentro para ver qué pasaba para
que se hubiese montado tanto escándalo. Un agente muy amable, cosa rara por
aquel entonces, le aconsejó que casi lo
mejor que podía hacer era salir de allí y no decirle a nadie que era
periodista, “y menos, de Diario16”.
Volvió a casa para avisar que se iba para el periódico, en
aquel entonces el único móvil que se conocía era el zapatófono del agente 86. A
lo que inmediatamente salté -para gran espanto de mi madre- con un “me voy
contigo” y salimos zumbando antes de que nadie pudiera decir nada en contrario.
Yo ya había estado alguna que otra vez en la redacción, pero
juro que nunca antes había visto tal vorágine. Voces, gritos, papeles que
volaban de un lado para otro, ruido ensordecedor de lo que parecían ser
ametralladoras y no eran más que máquinas de escribir al rojo vivo. No recuerdo
si fue Reinlein, Otaño o Raúl Heras, pero alguien me preguntó si era capaz de
ponerme a escribir al tiempo que me pasaba un teletipo. Ni sé de lo que era.
¡Dios! ¡Que yo no había hecho más que unas cuantas prácticas en Redacción
Periodística I y ya querían que me pusiera a escribir!. Hice lo que pude, pero
no debía estar tan mal porque al menos un par de cosas se publicaron en alguna
de las varias ediciones de esa noche y el día siguiente.
Para eso de las 12 media, ya habían llegado las fotos de EFE
y Manolo Escalera estaba ya en la redacción contándole a Ana G Rivas por qué él
no tenía fotos. La tensión del ambiente se empezaba a relajar porque lo más
parecido a un uniforme que se había visto por San Romualdo era el del conserje
del ASTIGY. Y, además, hacía rato que se había ido a su casa. Ni siquiera de El
Alcázar, un par de pisos más abajo, había subido nadie a Diario. Ya no quedaba ni una sola gota de whisky,
ginebra, cerveza ni nada parecido. Alguien gritó que el Rey iba a salir en
televisión en un rato y, entre tanto, fui testigo, y colaborador activo, de
cómo hay que actuar para descerrajar el cajón de una mesa metálica en la que,
había rumores, se podía encontrar un licor de guindas o ciruelas. El licor era
realmente espantoso, pero la botella en cuestión tardó apenas unos minutos en
terminar, vacía, en una papelera.
Con aquel vaso en la mano, volví la vista a aquel jaleo de
gente, papeles, máquinas de escribir, y tensión que se respiraba y decidí que no me había equivocado, que quería ser
periodista. Y lo fui gracias a todos los que aquella noche me enseñaron más
cosas de este oficio que en los años posteriores que pasé en la facultad. Gracias
a todos los que estuvisteis allí esa noche.
1 comentario:
Me alegra leerte de nuevo!
Un saludo!
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