30.6.07

Nociones de periodismo analógico – Introito

En la inmersidad tecnológica que nos rodea, raro es encontrar un convecino que no tenga relación o posea algún dispositivo de esos que conforman lo que viene llamándose nuevas tecnologías. Puede uno pasar, por ejemplo, a Pendones, hermosa y pequeña localidad asturiana y, seguramente, quien más, quien menos de sus habitantes anda en posesión de tamagochi, computadora, videocámara, receptor de TDT o satélite, máquina de retratamientos u otro tipo de dispositivo repleto de microcircuitos.

Dada, pues, esta proliferación, mucho han tardado los comunicólogos en buscarle provecho a esta infinitud de paratejos, cacharrillos, ingenios y artilugios convirtiendo a sus propietarios en fuente narradora de cuantos aconteceres puedan circundarle. Así, proliferan por las webes de los medios informativos, proclamas y llamamientos a la participación de los hasta hace poco solamente lectores, invitando a que se conviertan en los nuevos periodistas de la era digital. Esto es, básicamente, lo que algunos, imbuidos de un toque de modernidad pseudotecnológica, han bautizado como Periodismo 2.0.

Quiere esto decir que cualquier chiquilicuatro, con el único mérito en su haber de saber configurar un BlackBerry con un puñado de direcciones (que no es poca cosa tampoco), o de capturar una borrosa instantánea con el móvil conseguido por sólo quince euricos gracias al programa de puntos de su operador telefónico, puede convertirse en candidato al Pulitzer, al World Press Photo Award, o al Francisco Cerecedo, por poner sólo unos ejemplos. O al menos eso cree.

Como uno, perro viejo gastado en estas lides de contar cuanto viene pasando desde hace más de dos décadas, piensa que el oficio de periodista no se adquiere por ciencia infusa ni ósmosis, a fin contribuir, siquiera de forma exigua, a este nuevo modelo informativo, heme propuesto comenzar una serie de apuntamientos sobre algunos de los adminículos que, unas décadas atrás, constituían la parafernalia imprescindible para ejercer de intrépido reportero.

También contaré de algunos acaeceres que, otrora, formaron parte del proceso de aprendizaje del oficio. Sólo serán unos sencillos consejos e historias que pretenden rescatar lo aprovechable que pueda quedar en la forma de entender el periodismo como se hacía en aquel tiempo.

No entraré siquiera en uno de los pilares como es el proceso lingüístico, pues existen decenas de manuales para proceder a la cosa escribatoria con total ortodoxia. Tampoco busque en estos bosquejos manual alguno que le enseñe a sacar el máximo partido a los gigabites de su máquina, pues eso lo encontrará el lector con sólo ojear el montón de hojas impresas que suele acompañar al cachivache en el momento de la adquisición.

Confío que estas nociones le puedan ser de alguna utilidad.

Nepión

17.6.07

Del regreso

Hay cienes de cosas que dejé de hacer con el paso del tiempo. Montar en bicicleta, traducir a Cicerón (jamás pasé del tercer párrafo), caminar por las montañas o esperar con ilusión la noche de Reyes. Pero eso eran cosas de otro siglo, de hace décadas. De menos tiempo para acá, también he dejado de hacer otras. Desque carezco de canina compañía, puede decirse que apenas paseo. Tiempo atrás, y no hay que remontarse tanto, varias veces al día habíame la obligación de vagabundear por el vecindario a fin de ejercitar a la mascota y, de paso, procurar que ésta miccionara o ciscase, siempre con respeto de la normativa municipal, la higiene ciudadana y la buena educación recibida.

Si bien las más de las veces estos paseos eran cuasi apresurados, no menos cierto es que, cuando el tiempo acompañaba, el paseo nocturno solía prolongarse un buen rato para regocijo del buen Bruno (quien recibió este nombre precisamente por ser bruno su pelaje). Mientras Bruno se detenía a oliscar, ventear, o husmear quién sabe qué recónditos rastros, yo solía aprovechar el paseo para poner la mente en veleidades, zonceras o futilidades variadas y diversas.

No más hace unos días, aún carente de gozque, chucho o cachorrillo, salí a deambular por las callejas del contorno, sin más animo que el de dejar mal herido un corto tiempo o, incluso, de matar el rato. Así, enlazando mentalmente tontuna con nesciencia, caí en la cuenta que, del mismo modo que al pasar los tiempos, hay cosas que dejan de hacerse, también hay palabras o locuciones que dejan de usarse. Así por ejemplo, confieso, meses ha que no uso la expresión “dilecto amigo” para referirme a nadie. Y no es porque no tenga dilectos amigos a los que hacer referencia, que haberlos haylos, como las meigas – Paco, Noelia, Almudena,…por citar sólo algunos de la lista- sino que desde hace varios meses, cuando póngome a la escritura, sólo es para hacer lo que esperan que escriba. Ni una línea más.

De seguir esta rutina, supuse, en no mucho tiempo podría sentirme convertido en simple amanuense sometido por una disfunción alfabética empobrecedora del lenguaje. Y no queremos que esto pase.

Así pues, consciente de la dolencia, decidí empezar con la rehabilitación, volver los pasos al hogar y retomar este esporadicadario a modo de emplasto contra el analfabetismo funcional. Sea.