30.5.06

De los buitres carroñeros

Quienes algo me conocen, bien sea de cuerpo presente, bien de leídas las presentes, saben de seguro que una de las pocas cosas de las que suelo enorgullecerme es de llevar una buena purrela de años ejerciendo de juntaletras, de correveidile de los aconteceres. Más ello no quita de que en ocasiones, como la presente por ejemplo y sin ir más lejos, al suelo se me vaya la cara de vergüenza viendo el comportamiento de los colegas. De algunos colegas, que como me dicen de cuando en vez, en ocasiones puedo ser asquerosamente ecuánime. Aunque solo en ocasiones.

Anda estos días la profesión en un sinvivir por eso de que una tonadillera de renombre, tronío y voz está en un sinvivir. Vale que buena parte de la ciudadanía ande preocupada por su salud. Vale que la labor del periodista incluya eso de anticiparse a la noticia. Puedo aceptar, incluso, que la señora (y muchas más la parentela), muchas veces, haya acopiado sus buenos dineros a costa de vender sus privacidades. Pero estarán conmigo en que algunas cosas tienen que tener un límite.

Que no creo yo que sea plato de gusto desayunarse, comer y cenar con las visión de tropetecientos enviados especiales a la puerta de la casa de la Jurado. Tropetecientos enviados especiales que apenas tienen novedad (esto es: noticia) que ofrecer. Que con tropetecientos enviados especiales a las puertas, cualquier exclusiva está más que jodida, porque la noticia la darán todos al unísono.

Más que enviados especiales, y sé que no soy el único al que se le aparece la imagen, parecen los buitres de las películas del Oeste, marcando con su vuelo circular la presencia de la muerte. Lejos de mi intención llamarle buitres a los pobres, plumillas y foteros, obligados a la guardia, que no está la profesión para tirar a la basura un contrato idem (si es que contrato tienen los chicos de Europa, de Korpa de las teles o del cuché aparcados en la puerta). El buitrerío, para mayor escarnio, pasa las tardes al amor del aire acondicionado, y alternan mañanas y noches por las tertulias televisivas, llevándose buenos dineros por decir poco menos que nada del estado de la enferma.

Pero más me asombra aún, saber que los curritos de alguna de las empresas cercanas a la casa de la cantante, apenas apuran un bocata a la hora de la comida para ir a pasar la hora que les da el convenio a las puertas de la villa.

Vergüenza me dan los carroñeros. Con o sin carnet de prensa en la cartera.

Nepión

28.5.06

La mala educación

Sabido es que abomino de las multitudes. Años ha que los pies no me llevan a ningún espectáculo de masas, que soy usuario del transporte privado por las aglomeraciones que caracterizan los diferentes tipos que de público son. No solamente por las múltiples sonseras que en éstos pueden escucharse, ni por la magia de convertirme en guarro pasivo por mor de la poca higiene de algunos de los conviajeros. También me repele, y en sumo grado, la ola de zafiedad que nos invade.

¿Do quedaron las buenas formas? ¿do las maneras? ¿Qué fue de aquello que la abuela llamaba simplemente urbanidad?

Que no se trata de que hayamos de salir a la calle los varones cubiertos, o que al pedir el menú del día, pidamos que nos cambien el cubierto para atacar en plena ortodoxia unos filetillos del capitán Pescanova. Pero no es cosa tampoco que el macarra del ibiza tuneado que se para al lado en el semáforo inunde mi auditorio con el chunda de su bacalao.

Si una moza ha de parar un taxi, no precisa llevarse los dedos a los labios y proferir un pitido atronador. Baste con que levante levemente la mano, apenas doblando por el codo, y extender dos dedos para que el vehículo se detenga. Que pueda ser motivo de alegría que el equipo por el que uno comparte los sentimientos, alce la copa en triunfo después de largos años de espera. Mas no es ello causa que justifique el afán por trepar a las fuentes, vociferar en grupo o recorrer las calles a ritmo de bocina mal afinada.

Que una cosa es sentirse muy cool y vestir casual, y otra muy diferente taparse con andrajos desflecados, por muy de Custo que sean. Lo mismo que proclamar por las cuatro esquinas la tendencia sexual de cada quien. ¡Un comino lo que me importa! ¿Hágole yo partícipe de la densidad de mis heces matinales? Pues entonces métase su intimidad por la retambufla.
Años ha, en mi infancia, recuerdo una pertinaz campaña publicitaria. A fuer de ser sinceros, lo que recuerdo perfectamente era el eslogan de aquella campaña: “piense en los demás”. Se me oscurece la memoria al tratar de evocar qué entidad era la que firmaba esa campaña. Una lástima, porque vería de buen grado que por teles, radios o revistas la entidad que fuere tomara el lema como base desde la que poner freno a la ola de zafiedad que nos invade.

Nepión

22.5.06

Trabajar en tercer grado

Extracto del capítulo 13 de la novela inédita “El Diario Imaginario”
(Título provisional)
Una de las ventajas de la condición de letrado del editor de aquel diario en cuya lista de empleados figuré durante un tiempo, consiste en la variedad de oficios de los clientes de su despacho profesional. Por su condición de penalista, el editor recibía en su despacho gentes de todo tipo y condición, a los que las más variadas circunstancias les han podido llevar a comparecer ante un tribunal de Justicia. Gracias a los archivos de su bufete, el editor de aquel diario disponía de una amplia base de datos de personal capaz, al menos en lo puramente teórico, de trabajar en los más variados puestos.
Cualesquiera de los diarios que se editan en el orbe (con la situación de la llamada guerra mediática a ver quien es el gallito que llama mundo al mundo o país al país), incluyendo al diario protagonista de esta historia, se nutre de multitud de profesionales de los más diversos campos. No solamente redactores, maquetadores y fotógrafos. Para poder cumplir cada día con su cita con los lectores, aunque éstos sean muy pocos, es imprescindible el trabajo de muchos otros. Personal de administración, limpieza, telefonistas, publicitarios, mensajeros, informáticos, recaderos, secretarias, economistas, filmadores, distribuidores, personal de rotativas, mecánicos, conductores... En definitiva, una larga lista de profesionales de todas las ramas. Hombres y mujeres, cuya aportación individual es fundamental para el funcionamiento del diario.
Por lo que se refiere al "otro personal" que prestaba sus servicios en aquel diario, circularon diversos rumores sobre oscuros pretéritos pasados tras alguna de las rejas de los penales españoles. Los califico como oscuras, por el hecho de haber estado "a la sombra", en el talego).
Se decía, por ejemplo, que uno de los muchos vigilantes nocturnos que cuidaban de la primera sede del diario, tenía tras de sí una condena por violación, de la que se encontraba cumpliendo la última parte, y por ello disfrutaba del "tercer grado". Hasta donde alcanzan mis conocimientos en materia de derecho penal (que es más bien tirando a poco, lo reconozco) creo tener entendido que al alcanzar el tercer grado en el cumplimiento de una condena, el convicto puede disfrutar de una plena condición de libertad, siempre y cuando pueda demostrar que dispone de un trabajo legal y honrado que le garantice una existencia digna.
Si bien esta historia (como tiempo después pude comprobar, era más falsa que un billete de doce euros, pues su punición no había sido por un delito de violación sino por dos de tentativa de asesinato) lo cierto es que las redactoras recibieron en reiteradas ocasiones, instrucciones bien precisas para que no abandonaran jamás la sede de la redacción en solitario. Siempre debían salir en grupo, y a ser posible acompañadas de un varón (evidentemente, aunque las instrucciones no lo especificaban se sobreentendía que el varón acompañante no debía ser el propio vigilante).
La gran ventaja, decía al comienzo de este apartado, de la condición de letrado del editor no era tanto la gran base de datos con la que contaba. Su gran ventaja, y muy bien aprovechada, consistía en poder disponer de empleados fieles y duraderos sin coste alguno. Si alguno de ellos quisiera dejar su trabajo, se encontraría con su inmediato reingreso en prisión al no poder presentar un trabajo legal (incumpliría pues la condición fundamental que se le impuso al concederle dicho tercer grado). Por otra parte, si lo que pretendiere fuera renunciar a su abogado, a más de perder con ello el puesto de trabajo (y por ende volver a ser en-trenado), conociendo el espíritu vengativo y rencoroso del editor, probablemente éste extraviara algún documento fundamental para conseguir cualquier mejora en la situación del ex cliente. Así la dicotomía de los ex presidiarios empleados en aquel diario era bien simple: Trabajo sin cobrar o regreso a la cárcel. Elección obvia (aunque alguno estuvo tentado de volver a chirona).
Nota: La utilización de la palabra "letrado" en referencia al personaje del editor de este diario, debe interpretarse única y exclusivamente bajo la sexta de las acepciones que se recogen en el Diccionario de la Real academia. En ese lugar nos encontramos la palabra letrado definida como (sic) "abogado, licenciado en derecho". Conociendo al personaje referido bajo ese apelativo, si, por un casual, el lector quisiera darle otra de las cinco primeras interpretaciones, probablemente descubrirá una ironía mucho más sutil, probablemente hasta cómica, pero alejada, aunque no demasiado, de la intención del escribano.
¿Alguien se atreve a adivinar el nombre del iletrado editor?
Nepión

17.5.06

De la prensa taurina

Confieso que no se me puede poner como ejemplo de aficionado taurino. En mis tropentaitantos años de vida, habré pisado la Monumental apenas una docena de veces. Y otra escasa el resto de los cosos que en el mundo son. Tampoco es que me pirre cuando cualquiera de las televisiones ofrece una corrida. De toros.

Leo con cierta desazón en la bitácora de Arsenio Escolar, que el diario gratuito que, según el denostado EGM, acapara más lectores, tras haber recibido unos 500 mensajes, toma la decisión de dar “muy poca información taurina, y sólo cuando sea muy relevante”.

Vamos, que casi dos millones y medio de lectores se quedan sin información taurina sólo porque así se han pronunciado unos cuatrocientos (descartaremos las de aquellos que votaron a favor de la información taurina). ¡Jodida democracia mal entendida!

Menciona don Arsenio, quien tiene mi admiración y respeto en muchos otros asuntos, que publicar información taurina supone promocionar lo que muchos lectores considera “un espectáculo salvaje”. Como si las salvajadas que a lo largo del día se cometen por el mundo fueran responsabilidad de quienes tienen el oficio y, por ende, la obligación, de contarlas.
Dar pábulo a ese sofisma sería defender que, por ejemplo, Jon Sistiaga deba comparecer ante el Tribunal de La Haya acusado de crímenes contra la humanidad sólo por haber sido corresponsal en varias guerras, (que no me negarán los lectores que una guerra es una salvajada mayúscula); o que cada fin de semana, al hacer balance de las víctimas de la carretera, el director del medio que esto cuente deba ser procesado por conducción temeraria.
Otra cosa es que, dentro de los géneros periodísticos, la información taurina requiera de una especialización tal que no se le pueda encargar a un becario, cosa que por otra parte suele ser norma en muchos medios cuando se refiere a otras secciones. La tradición exige un conocimiento tan exhaustivo, no solo de la esencia de la fiesta, sino también del argot taurino, que apenas un pequeño manojo de profesionales de esto de escribir, son capaces de hacerlo en condiciones.
Confieso mi debilidad por las crónicas taurinas. Las que escribieron Joaquín Vidal o el maestro Zabala. Las que cuentan Moncholi, cuando le corre la tauromaquia por la pantalla, o Molés. Las de Juan Posada o Barquerito. Especialmente las de Barquerito, porque no hay nada mejor que escribir con corrección de lo que se ama con pasión.
Don Arsenio se lo pierde. Pero hay grandes periodistas en lo taurino. Y algunos tienen mucho que enseñar.
Nepión

14.5.06

El día que no regalamos el vídeo

En el oficio de juntaletras, no es extraño que la impresora de la Seguridad Social agote la tinta cada vez que uno se acerca a pedir una certificación de la vida laboral. Entre los periódicos y revistas que, cada año, reducen plantilla, regulan empleo o, simplemente cierran, no queda más remedio que tener siempre el hatillo preparado para buscarse las habichuelas en un pesebre nuevo. En mi constante trashumar de pesebre en pesebre, hace tiempo que fui a caer en la plantilla de un más que agonizante diario madrileño. El Ya. El que fuera buque insignia de la escuadra mediática de la Conferencia Episcopal hispana, se debatía entre la agonía y la muerte allá por los finales de los 90 por mor, fundamentalmente de las pésimas gestiones de los sucesivos editores que se hicieron con la mítica cabecera. Precisamente el último de éstos, era detenido el viernes tras protagonizar otro episodio sainetesco.
En aquel lejano 98 una línea en mi vida laboral recuerda mi paso por el mencionado diario. Eran los tiempos en los que los servicios de correos y mensajerías entregaban día sí, día también, decenas de paquetes en redacciones y domicilios particulares, paquetes que contenían una cinta de vídeo con unas imagen de pésima calidad y peor gusto, acompañada de una carta que explicaba, entre otras cosas, el curriculum del protagonista masculino que aparecía en la cinta. En radios y televisiones eran frecuentes las alusiones a ese vídeo. Desde Javier Sardá, en cuyo programa, de vez en vez se hacían veladas alusiones, hasta la Campos, quien en un remedo del patio comunal que por entonces simulaba en su programa, no pudo aguantar la carcajada cuando su contertulia, que simulaba colgar ropa en un tendedero, sacó por la ventana un rojo corpiño, parecido al que en el vídeo de marras, lucía el conocido periodista que lo protagonizaba.
Por aquel tiempo, cada noche, la portada del periódico era distribuida vía fax a decenas de medios, fundamentalmente radios y televisiones. Preparábamos el envío del fax, una noche de un sábado, sería finales de marzo, cuando la zozobra de uno de los redactores le llevó las manos a la cabeza al leer en la prueba de impresión: “Pida su vídeo con el Ya del domingo”.
Realmente, los videos que se iban a distribuir eran unas aventuras de Mortadelo y Filemón, restos de anteriores promociones efectuadas por el Ya varios años antes, pero Mario pensó que el vídeo en cuestión era el que mostraba al encorsetado director de El Mundo. Para no llevar la zozobra a los distribuidores, decidimos cambiar el mensaje de portada, advirtiendo que el vídeo era el de las aventuras animadas de los dos agentes de la T.I.A.. Sin embargo, mentes gamberras, hubo quien decidió seguir adelante con la broma y hacer una falsa portada en la que se señalaba explícitamente que el vídeo de regalo era el de Pedrojota. La verdad es que quedó una portada muy llamativa.
Alguien envió esta falsa portada a dos o tres delegaciones de El Mundo y en una de ellas, un sagaz redactor hizo saltar la voz de alarma. Rápidamente llamó a la central de Madrid, desde donde inmediatamente localizaron a Pedro José, que estaba cenando con un ministro, y le hicieron llegar la falsa portada. Pedro José movilizó a todas sus influyentes amistades hasta conseguir encontrar a quien firmara una orden judicial que impidiera la distribución del Ya antes de que llegara a los kioscos.
Pasaban de las cuatro de la madrugada cuando el iletrado Menéndez tuvo que presentarse en las puertas de la rotativa para saber por qué motivos, la policía quería secuestrar cinco mil vídeos de Mortadelo.
Nepión

11.5.06

Las esposas de los diputados

Casi al mismo tiempo que el presidente de las Cortes, después de los tres reglamentarios avisos, tres, devolvía a los corrales al diputado Martínez, después de protagonizar un más que lamentable espectáculo ante 8 diputados del PP, 11 del PSOE (juro solemnemente haber visto las imágenes, y contado las señorías presentes en el momento de iniciarse el altercado) y las cámaras de televisión, en la Asamblea madrileña, y justo cuando el portavoz de la oposición iba a comenzar uno de sus aburridos discursos, los diputados compañeros del anteriormente aludido, a excepción tan solo de los que ocupan el banco del gobierno autonómico, se alzaban con los brazos en alto al tiempo que mostraban esposas en petición de la dimisión del actual Ministro de Defensa.
Curiosa forma de protesta que probablemente varias señorías les va a traer problemas con sus lucidas esposas por culpa de, precisamente, las esposas lucidas (véase imagen). Aclaremos, que cuando se dá con las polisemias resulta enormemente complejo elaborar un discurso inteligible.
Pongamos que su señoría, (uno cualquiera de los alzados, se trata de un supuesto puramente hipotético) llega esta noche al hogar, con la satisfacción de la protesta cumplida y, al traspasar el umbral, su esposa, en lugar de recibir al prócer con parabienes y halagos, se muestra de uñas con el prohombre. Y todo por culpa de las esposas. Porque, la buena mujer, que de tonta no tiene un pelo, habrá percibido, como buena parte de la ciudadanía, que gran parte de los grilletes exhibidos por sus señorías son artículos que sólo se pueden encontrar en establecimientos, digamos, “peculiares”. ¡¿A santo de qué?! –preguntará la ofendida esposa- ¡¿has tenido que decirle a todo el mundo lo que hacemos en nuestro cuarto?! Y esta noche, el diputado, será severamente castigado: Sin disciplina.
Nepión

7.5.06

Odio de lo oído

Cada mañana al levantarme y enfrentar la mirada ante el espejo (después de reponerme de la primera impresión) casi siempre me asalta el mismo pensamiento. Una vez que consigo alejarlo de mi mente acordándome de las obligaciones laborales, me asalta entonces el convencimiento de la imperfección en el diseño del cuerpo humano. Y ello es causa y motivo de que evite, siempre que me sea posible, utilizar el transporte colectivo.
Un ser humano, cualquiera, ante una visión desagradable, siempre tiene la posibilidad de desviar la mirada, cerrar los párpados o pulsar el botón de apagado en el mando a distancia de la televisión, actividad esta que se prodiga en defecto. Pero es muy fácil dejar de ver lo que no se quiere ver, basta con no mirarlo. En el autobús, pues, uno podría evitar las visiones horripilantes si quisiera. De habitual, las evita.
Eludir el uso del sentido del gusto es aún más sencillo, si cabe. Dada la ubicación exclusiva de las papilas en la superficie lingual, para permanecer eternamente ignorante al sabor del resto de la concurrencia del vagón, basta con evitar darles lametones. Cuestión obvia porque jamás he sabido de viajero al que le hayan agredido (porque le sacudirían tremendos sopapos, con seguridad) por viajar pegándole lametadas a la concurrencia.
Si lo que no se quiere es percibir olores, se puede evitar, sencillamente, con el simple hecho de respirar por la boca. Quién no ha sido alguna vez “perfumado pasivo” habiendo de soportar los excesos fragantes de los conviajeros. La ausencia de células especializadas en la captación de aromas (y hedores) en cavidad bucal, evita la percepción de emanaciones desagradables (por otra parte abundantes en el metro, sobre todo en verano y en horas punta), Por tanto, uno podría ser usuario boquiabierto de metro sin padecer axilas ajenas.
Algo más complicado resulta lo de evitar el uso del tacto, dado que la colocación estratégica de las terminaciones nerviosas táctiles está muy repartida a lo largo y ancho de la superficie epitelial. Pese a ello, el uso del tacto no deseado se puede limitar gracias a las ropas con que nos engalanamos antes de salir del hogar.
Pero ¿qué ocurre cuando uno quiere evitar el uso del oído? ¿Qué hacer cuando los vecinos de viaje se enredan en conversaciones estúpidas a pocos centímetros de nuestros pabellones? Amigo, ese es el problema. Porque o bien se tapa las orejas con ambas manos (cosa muy difícil en cuanto se lleva una mano ocupada en el mantenimiento de la vertical agarrando una barra y la otra sujetando la prensa del día) o, lo que es mucho más efectivo, media vuelta, pulsar el timbre de parada y apearse en la primera oportunidad.
Por eso no puedo ser usuario del transporte colectivo. Si cada vez que escucho una bobada (Dios y yo sabemos que es demasiado a menudo) he de bajarme y esperar a que llegue un nuevo tren, tardaría siglos enteros en cubrir la distancia de mi casa al curro. Y si llego tarde, mi jefe (que tiene un carácter) dice que no me paga. Por eso como necesito las perras, voy a trabajar en coche. Ni más ni menos.
Nepión

5.5.06

Reflexiones poco importantes XX

Leo en (apropiándome la frase de Alba Bea) el genoma periodístico que la policía, por indicación (¿orden?, ¿mandato? ¿encargo? ¿prescripción? ¿imposición?) de la $GA€ ha actuado contra un comercio que expedía discos de vinilo y que “pirateaba este tipo de música tradicional”. Así, sin “presunto” ni nada. Quienes nos dedicamos a juntar palabras para contar los acaeceres del mundo, sabemos de sobra que, por aquello de la constitucional presunción de inocencia, hasta que no existe una sentencia, los delitos han de ser calificados como “presuntos”, “presumibles”, “supuestos”, “hipotéticos”, o cualquier otro sinónimo que se quiera emplear, a riesgo de perpetrar un posible delito de difamación si no se incluye el “presunto” de marras. Hasta un manguta pillado con las manos en la masa ha de ser etiquetado como “presunto”. El propio diario cita como origen de la noticia una nota difundida por la propia $GA€. Hay que ver lo que son estos mozos de la mafia (DRAE, tercera acepción). Por una parte amenazan con acosar judicialmente a cuantos, en su opinión particular, cometen un delito menor, pero, por otra, no dudan en saltarse las leyes cuando les pete.

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El agua es un bien escaso. Eso es lo que los grupos conservacionistas nos vienen diciendo desde hace montones de años. El alcalde de Londres ha dado con la fórmula idónea para evitar el derroche. En unas declaraciones a un rotativo de las islas, y que se han reflejado en la prensa del resto del orbe, el regidor declara que, repletos de conciencia ecológica, ni él ni su familia han descargado las cisternas del retrete durante los últimos quince meses, por no gastar. Una medida imaginativa. La mejor manera de no gastar agua, es no usándola. Algo tan absurdo como si, por ejemplo, alguna mente preclara dijera que la mejor manera de evitar los accidentes de tráfico consiste en prohibir la circulación de vehículos o que, para eludir las enfermedades venéreas, la única medida aceptable pasa por no prácticar el coíto. Pues no. ¡Hay que joderse!

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En el encuentro digital que semanalmente el vocero matinal copero (locutor en “La Mañana” de la COPE, para que no haya dudas), mantiene con sus fieles lectores de su web particular puede leerse el siguiente diálogo:

Lector: “El otro día veo que Wyoming le saca a usted en forma de muñeco elaborado digitalmente y se pone a frivolizar sobre el EGM y la ETA. ¿Lo ha visto? Hasta así tenía usted más peso y credibilidad que toda 'La Secta' unida. Saludos”.
FJL: “Gracias. Realmente la jauría progre me presta una atención que no merezco. Pero, vamos, si así sigue haciéndose millonario, adelante.”


Me consta fehacientemente que el díalogo del muñeco que menciona, es pura invención. Ahora entiendo el éxito de este pájaro. Parte de sus oyentes no saben distinguir realidad de ficción. Por eso se creen los cuentos de Federico.

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Cuando mis abuelos iban a convertirse en padres, raro era el vecino que no les animaba con aquello de que los niños nacen con un pan bajo el brazo. Sin embargo, desde que los partos tienen lugar en los hospitales, más que un pan lo que traen las criaturas es un buen montón de facturas y compromisos de pago. Para hacer frente a estos primeros gastos, a un gringo (más bien gringa, sospecho) se le ocurrió buscar en el patrocinio de su preñez la ayuda necesaria para afrontar todos los cargos de la visa que la llegada de un vástago acarrea. Dicho y hecho, durante varios meses, hasta un máximo de nueve, la gringa en cuestión era portadora de mensajes publicitarios impresos sobre su creciente barriga a cambio de unos dineros. Reconozco que el soporte publicitario puede ser el lugar ideal para algunos mensajes comerciales. Imagine la escena: Exterior, día. Playa, sobre la arena, tumbados, una joven pareja en bañador disfruta de un baño de sol. Las prominencias de la fémina indican el avanzado estado de gestación en que se encuentra. A medida que la cámara se acerca puede leerse el tatuaje que ella muestra en el abultamiento ventral: “Nosotros no usamos Durex”. Impagable.

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Hace unos días, un programa de televisión presentaba un reportaje sobre un documental estrenado recientemente, “Las Estrellas de La Línea” que narra la creación de un equipo homónimo de fútbol femenino compuesto unicamente por prostitutas del barrio guatemalteco de La Línea, una de las paupérrimas zonas de la ciudad. Sin haber visto del documental más que el resumen publicitario (eso que los modernos denominan trailer, como si fuere un vulgar camión), uno se pregunta: cuando la hinchada de las Estrellas dirige al árbitro los habituales epítetos sobre su señora madre, ¿debe tomarlos éste como insultos o como elogios?

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Nepión