6.10.06

Del derecho a ser insolidario

Después de tantos días de silencio en los que las circunstancias circundantes han cambiado, y tanto, retomo esta cita con la la pretensión de volver a convertirla en asidua, sin perder nunca su carácter de esporadicadario. A unos, les presento mis disculpas por el tiempo de ausencia; a otros, mis excusas por el regreso. Sea.

Recién hace unos días, reunidos en concilio los jerifaltazgos respectivos de las cosas eclesial y estatal, acordaron que, a partir del próximo año, cuando llegue la hora de aflojar la panoja con lo de la Renta, los ciudadanos paganos (contribuyentes, en el argot) que así lo desearen, entreguen el 0,7 de sus gabelas a la Santa, Católica y Apostólica.

Empero, ¿qué con aquellos imponentes que no quisieran entregar su óbolo al sostén del Episcopado? Que por birlibirloque se convierten en “donadores voluntarios” de las decenas de oenegés que por la España son. Pues vaya una mierda de solidaridad esa que se impone por decreto.

Si existiera, que me consta existe, algún ciudadano descreído (o creído de otras deidades) y al que le importan entre pepino y pepino y medio la propagación de literatura grecorromana entre los moradores del Kalahari, la pérdida de visión de añosos magrebíes, o la paulatina desaparición de los últimos ejemplares de psitácidos amazónicos, también el decreto le convierte en ciudadano-ejemplar-colaborador-económico-de-organizaciones-solidarias. Incluso en contra de su voluntad y, a más a más, sin poder desgravarse siquiera unos centimillos.

Aún recuerdo, en esa lontana infancia, cuando el Padre Eulogio pretendía catequizarnos mostrándonos el significado del “libre albedrío”: la potestad de cada quien a obrar por propia elección sin presión alguna. Con libre albedrío, claro que tenía mérito alcanzar la santidad. Que todos preferiríamos ejercer de mártires en el Circo Máximo y tener hagiografía como, por ejemplo, Casto y Próculo (virgen y mártir, respectivamente), pero con el libre albedrío de cada cual, la posibilidad de disfrutar de una entrada de preferente para el espectáculo se hacía mucho más atractiva. Y menos dolorosa.

Quiero tener la posibilidad de ser insolidario y, si me pete, aportar cuanto se me ponga en la punta de la tarjeta a las organizaciones que me plazcan. Quiero tener la posibilidad de ser buena persona por mi propia voluntad y no porque lo diga el señor Solbes. Si estamos obligados a pagar todos por igual y decreto, entonces, ser solidario no tiene valor alguno. Así no hay forma de ganarse el cielo.
Nepión

2 comentarios:

Pakito Grillo dijo...

¿Hase dado cuenta Suecencia de que, para mayor abundamiento, la mayoría de las oenegés son eclesiásticas?

Anónimo dijo...

Con la venia. Abundo (o sea, aumento la controversia, que mis 83 kilos no son ya de mucha abundancia) en un tema del que ya se habló (un poquito no más) en los medios (que nunca son enteros) 'de descomunicación': ¿La Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana (que no rumana, gracias a Dios) cotiza a Hacienda por todo el dinero que le entra a través de sus diversas fuentes de financiación (cepillos, cestos, misas, funerales, etc, etc...) o sólo por lo que recibe de 0,7% de cada crédulo (perdón, creyente) o ignaro que no marca la casilla? ¿O ni por esas?
Como dijera mi tocayo Puenteojea: la verdad os hará libres; la mentira, creyentes.