22.5.06

Trabajar en tercer grado

Extracto del capítulo 13 de la novela inédita “El Diario Imaginario”
(Título provisional)
Una de las ventajas de la condición de letrado del editor de aquel diario en cuya lista de empleados figuré durante un tiempo, consiste en la variedad de oficios de los clientes de su despacho profesional. Por su condición de penalista, el editor recibía en su despacho gentes de todo tipo y condición, a los que las más variadas circunstancias les han podido llevar a comparecer ante un tribunal de Justicia. Gracias a los archivos de su bufete, el editor de aquel diario disponía de una amplia base de datos de personal capaz, al menos en lo puramente teórico, de trabajar en los más variados puestos.
Cualesquiera de los diarios que se editan en el orbe (con la situación de la llamada guerra mediática a ver quien es el gallito que llama mundo al mundo o país al país), incluyendo al diario protagonista de esta historia, se nutre de multitud de profesionales de los más diversos campos. No solamente redactores, maquetadores y fotógrafos. Para poder cumplir cada día con su cita con los lectores, aunque éstos sean muy pocos, es imprescindible el trabajo de muchos otros. Personal de administración, limpieza, telefonistas, publicitarios, mensajeros, informáticos, recaderos, secretarias, economistas, filmadores, distribuidores, personal de rotativas, mecánicos, conductores... En definitiva, una larga lista de profesionales de todas las ramas. Hombres y mujeres, cuya aportación individual es fundamental para el funcionamiento del diario.
Por lo que se refiere al "otro personal" que prestaba sus servicios en aquel diario, circularon diversos rumores sobre oscuros pretéritos pasados tras alguna de las rejas de los penales españoles. Los califico como oscuras, por el hecho de haber estado "a la sombra", en el talego).
Se decía, por ejemplo, que uno de los muchos vigilantes nocturnos que cuidaban de la primera sede del diario, tenía tras de sí una condena por violación, de la que se encontraba cumpliendo la última parte, y por ello disfrutaba del "tercer grado". Hasta donde alcanzan mis conocimientos en materia de derecho penal (que es más bien tirando a poco, lo reconozco) creo tener entendido que al alcanzar el tercer grado en el cumplimiento de una condena, el convicto puede disfrutar de una plena condición de libertad, siempre y cuando pueda demostrar que dispone de un trabajo legal y honrado que le garantice una existencia digna.
Si bien esta historia (como tiempo después pude comprobar, era más falsa que un billete de doce euros, pues su punición no había sido por un delito de violación sino por dos de tentativa de asesinato) lo cierto es que las redactoras recibieron en reiteradas ocasiones, instrucciones bien precisas para que no abandonaran jamás la sede de la redacción en solitario. Siempre debían salir en grupo, y a ser posible acompañadas de un varón (evidentemente, aunque las instrucciones no lo especificaban se sobreentendía que el varón acompañante no debía ser el propio vigilante).
La gran ventaja, decía al comienzo de este apartado, de la condición de letrado del editor no era tanto la gran base de datos con la que contaba. Su gran ventaja, y muy bien aprovechada, consistía en poder disponer de empleados fieles y duraderos sin coste alguno. Si alguno de ellos quisiera dejar su trabajo, se encontraría con su inmediato reingreso en prisión al no poder presentar un trabajo legal (incumpliría pues la condición fundamental que se le impuso al concederle dicho tercer grado). Por otra parte, si lo que pretendiere fuera renunciar a su abogado, a más de perder con ello el puesto de trabajo (y por ende volver a ser en-trenado), conociendo el espíritu vengativo y rencoroso del editor, probablemente éste extraviara algún documento fundamental para conseguir cualquier mejora en la situación del ex cliente. Así la dicotomía de los ex presidiarios empleados en aquel diario era bien simple: Trabajo sin cobrar o regreso a la cárcel. Elección obvia (aunque alguno estuvo tentado de volver a chirona).
Nota: La utilización de la palabra "letrado" en referencia al personaje del editor de este diario, debe interpretarse única y exclusivamente bajo la sexta de las acepciones que se recogen en el Diccionario de la Real academia. En ese lugar nos encontramos la palabra letrado definida como (sic) "abogado, licenciado en derecho". Conociendo al personaje referido bajo ese apelativo, si, por un casual, el lector quisiera darle otra de las cinco primeras interpretaciones, probablemente descubrirá una ironía mucho más sutil, probablemente hasta cómica, pero alejada, aunque no demasiado, de la intención del escribano.
¿Alguien se atreve a adivinar el nombre del iletrado editor?
Nepión

1 comentario:

José Moya dijo...

¡Pero si ya dijiste el nombre! ¿No te acuerdas?
En todo caso, hubera sido gracioso que en vez de penalista fuera laboralista...