Su misión consistía en pasar las horas muertas ante una mágica máquina que escribía, aparentemente sin la intervención de humano alguno. La máquina escribía sin descanso volcando en papel cuantas aconteceres sucedían por esos mundos de Dios. De cuando en vez, una sonora campanita remarcaba la especial trascendencia de la siguiente noticia.
El teletipista había de recortar cada una de las noticias recibidas, clasificarlas según su temática para, con toda celeridad, repartirlas por las diferentes secciones del periódico: La nominación de Reagan como candidato, a internacional; la plata de Llopart, a deportes; los datos del IPC, a economía, … y cada vez que entregaba un montón de teletipos en cada una de las secciones, soñaba con que cualquiera de los jefes le encargara escribir siquiera un breve para la edición de mañana.
Cuando terminaba una entrega en la sección de nacional fue chistado por el redactor jefe. Pocas son las veces que un redactor jefe le chista a un teletipista, y ese chistado solía preludiar un rapapolvo. Mas no fue el caso. Bien al contrario, el redactor jefe requería del subalterno para encargarle “una cosita sobre una tienda a la que han robado varias veces en el último mes”.
Zumbó el teletipista mutado en intrépido reportero a la caza de la información, estando de vuelta en apenas una hora dispuesto a contar con pelos y señales los infortunios del buen tendero víctima reiterada de los cacos.
Tomo prestada la olivetti de uno de los titulares de Deportes (en verano solí haber máquinas libres en la redacción), y en poco más de cuarenta minutos le entregaba al redactor jefe su primer paso hacia el Premio Nacional de Periodismo después de, eso sí, haberlo releído unas doce veces para asegurarse que no contenía ninguna falta. Con la parsimonia que sólo solo puede tener tan avezado profesional, el redactor jefe tomó asiento y se enfrascó en la lectura de los dos folios y medio en los que el exteletipista había condensado el marasmo de información que le había facilitado el tendero.
Luego de unos minutos de sosegada lectura, uno, y tensa espera, el otro levantó la cabeza el redactor jefe: “Muy bueno. Sí señor. Está prácticamente todo… Pero mira a ver si lo puedes dejar en folio y medio. O un poco menos”. “En un momento”, dijo el reportero mientras corría a sentarse nuevamente ante la olivetti para recortar esas veinte o veinticinco líneas que le habían pedido.
No había transcurrido media hora cuando el aprendiz, volvía ante la mesa de cierre con sus dos folios, el segundo escrito sólo en un tercio, a pedir la venia jerárquica, con la seguridad de que, esta vez sí, el artículo salía mañana impreso con su firma.
Tras la serena lectura volvieron las loas al escrito, las alabanzas al lenguaje utilizado y a la concreción en los hechos narrado, y también otro pero: “¿A que lo puedes dejar en sólo un folio?”
Vuelta a la olivetti, y vuelta a la mesa del redactor jefe. Y así no menos de cuatro viajes siempre habiendo de recortar un poquito más el texto. Poco a poco la redacción se iba vaciando. Los motores de la rotativa empezaban a vibrar y cada vez era más difícil que el escrito del buen teletipista apareciera en la edición de mañana, aunque fuera firmado sólo con iniciales.
Por fin, después de no sé cuantos halagos y peros, mientras la rotativa sacaba los primeros ejemplares de la edición del sábado, sin más personal en la redacción que el redactor jefe y el teletipista, éste pulsó el punto final de las escasas doce líneas en las que contaba que un tendero había sido atracado muchas veces en muy poco tiempo. Información pura y dura. Escueta.
“Cojonudo” -dijo el redactor jefe-. “Simplemente la noticia. Sin datos que distraigan del meollo. Buen trabajo, chaval. Lo sacamos para el domingo”. Y sosteniendo todavía el texto en la mano izquierda, y apoyando la derecha sobre el hombro de un exhausto teletipista, le aleccionó: “Si puedes contarlo en quince líneas, no escribas tres folios”.
2 comentarios:
Hola, nepión.
Parece que ahora SÍ vuelves (la última vez escribiste sólo un artículo y volviste a la inactividad). Me alegro por ello.
El final de esta historia ya lo habías contado en otra ocasión; lo de que hubieras sido el chico del teletipo, no.
¿Ahora qué hay, "Los chicos que se leen los RSS"?
Un saludo.
Lamento desilusionarle, don José, pues si bien yo fui chico de teletipo, no era éste chico del teletipo. A fuer de ser honesto, puedo confesar que era chica del teletipo
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