Quienes algo me conocen, bien sea de cuerpo presente, bien de leídas las presentes, saben de seguro que una de las pocas cosas de las que suelo enorgullecerme es de llevar una buena purrela de años ejerciendo de juntaletras, de correveidile de los aconteceres. Más ello no quita de que en ocasiones, como la presente por ejemplo y sin ir más lejos, al suelo se me vaya la cara de vergüenza viendo el comportamiento de los colegas. De algunos colegas, que como me dicen de cuando en vez, en ocasiones puedo ser asquerosamente ecuánime. Aunque solo en ocasiones.
Anda estos días la profesión en un sinvivir por eso de que una tonadillera de renombre, tronío y voz está en un sinvivir. Vale que buena parte de la ciudadanía ande preocupada por su salud. Vale que la labor del periodista incluya eso de anticiparse a la noticia. Puedo aceptar, incluso, que la señora (y muchas más la parentela), muchas veces, haya acopiado sus buenos dineros a costa de vender sus privacidades. Pero estarán conmigo en que algunas cosas tienen que tener un límite.
Que no creo yo que sea plato de gusto desayunarse, comer y cenar con las visión de tropetecientos enviados especiales a la puerta de la casa de la Jurado. Tropetecientos enviados especiales que apenas tienen novedad (esto es: noticia) que ofrecer. Que con tropetecientos enviados especiales a las puertas, cualquier exclusiva está más que jodida, porque la noticia la darán todos al unísono.
Más que enviados especiales, y sé que no soy el único al que se le aparece la imagen, parecen los buitres de las películas del Oeste, marcando con su vuelo circular la presencia de la muerte. Lejos de mi intención llamarle buitres a los pobres, plumillas y foteros, obligados a la guardia, que no está la profesión para tirar a la basura un contrato idem (si es que contrato tienen los chicos de Europa, de Korpa de las teles o del cuché aparcados en la puerta). El buitrerío, para mayor escarnio, pasa las tardes al amor del aire acondicionado, y alternan mañanas y noches por las tertulias televisivas, llevándose buenos dineros por decir poco menos que nada del estado de la enferma.
Pero más me asombra aún, saber que los curritos de alguna de las empresas cercanas a la casa de la cantante, apenas apuran un bocata a la hora de la comida para ir a pasar la hora que les da el convenio a las puertas de la villa.
Vergüenza me dan los carroñeros. Con o sin carnet de prensa en la cartera.
Nepión
3 comentarios:
Talmente de acuerdo, lametable el espectáculo que dan y la imagen que se asocia a los periodistas. Así nos va
Sólo una puntualización, según he podido escuchar (sí el sábado vi salsa rosa a ratos) la Jurado no era muy asidua a vender exclusivas. Es igual, aunque fuera la mayor vendedora de exclusivas lo que se está haciendo no tiene nombre.
No es informar lo que hacen sino, en efecto, carroñear como buitres.
Y las agencias estas (los periodistas simplemente hacen su trabajo) tienen la jeta de querer encima quedar como que lo hacen porque la quieren...
ya veremos en unos años cuanto la quieren.
Sharyhar,
Al publico ni nos va ni nos viene ese tema. Parece que somos la salida para todas las estupideces periodisticas del mundo.
El publico se traga lo que le dan los carroñenos de turno a falta de cualquier otro acontecimiento mejor y de más interés.
Me fastidia ver a los otros carroñeros, los que financian programas y revistas con su publicidad, metiendonos sus "consejos" a troche y moche y sin permiso a costa del dolor de cualquiera (sea enfermedad y fallecimiento).
Y no me vale aquello del "todo por la pasta" y el "negocio es el negocio".
En fin, me callo que al final me lio y termino hablando de lo que no viene al caso.
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