Hace tiempo conocí a Susanita. Susanita es esa amiga de Mafalda para la que el futuro perfecto del verbo amar es “un niño”. Bien es cierto que la que yo conocí no se llamaba Susanita, sino Pilar; ni era un personaje de una tira cómica, sino un ser animado de carne y huesos. Susanita –Pí, que era como la llamábamos los conocidos-, tenía por entonces un novio, Héctor. Antes había tenido otro, con el que incluso estuvo a punto de casarse y, me supongo, tiempo atrás había tenido más novios. No es que Pí fuera ligera de cascos, es que no sabía (o no quería) estar sola. Y, además, una de las cosas que más deseaba en el mundo era tener un novio. Más que un novio, su verdadero deseo era tener un marido. Un marido que la tratara como una reina, que le diera una casa preciosa, varios niños hermosos, un coche envidiable, un apartamento en la playa y una vida social placentera como tan solo una feliz esposa puede tener.
Pí iba a la Universidad. No porque pensara que ese era el lugar donde podía encontrar el mejor marido de los posibles. Principalmente iba a la Universidad para conseguir una licenciatura y, en un futuro, afirmar con la cabeza bien alta que ella también tenía una profesión. Fue en la Universidad, precisamente donde yo la conocí. Y fue también, en la Universidad, cuando le faltaba todavía un año para terminar su licenciatura, cuando decidió que el hombre de su vida no era Héctor, sino Alvarito. Álvaro tenía todo lo que una mujer como Pí podía desear. Era el prototipo del yerno perfecto: Chico de buena familia, ejemplo de buenos modales (aunque tal vez un pelín chapado a la antigua), y fundamentalmente, con una prometedora carrera profesional en su horizonte. Desde hacia tres años, Álvaro era profesor en la misma Universidad en la que Pilar estaba matriculada. Y esto era un problema.
Poco bien está visto que los profesores tengan otro tipo de relación con los alumnos diferente de las cuestiones académicos. Peor aun visto es cuando profesor y alumna comparten algo más que vida académica en una Universidad de talante conservador. Un affaire de estas características puede mandar al estercolero la prometedora carrera docente del joven profesor. Y esto era algo que ni Álvaro ni Pí querían que se produjera en modo alguno. Por eso, durante los casi nueve meses que faltabanhasta que Pi fuera licenciada, tenían que mantener su relación en secreto. Tan sólo a un escueto grupo de conocidos les hicieron partícipes de su felicidad. ¡Si hasta les habían invitado a una boda que iba a celebrarse el otoño siguiente!
Pí tenía el futuro planificado. Ahora que por fin había encontrado lo que buscaba no estaba dispuesta a dejarlo escapar. Sin embargo, en plena vorágine de preparativos, Álvaro decidió, sin preavisos, que las cosas habían ido demasiado lejos y, una mañana, sin más explicaciones, dejó a Pí compuesta y sin novio.
Pilar derramó ríos de lágrimas que, bien aprovechados, hubieran podido utilizarse para regar durante un par de días el Parque de la Arganzuela, pero que no sirvieron para aplacar la decisión de Alvarito. Pilar, para calmar su despecho, aprovechó una oferta de trabajo que le hicieron en una provincia manchega. El sueldo era una porquería, cierto; el trabajo, de becaria full time, un asco; pero le serviría para poner kilómetros de por medio entre ella y su futuro truncado.
El corazón de Pí, abiertas aun las heridas que le habían causado las palabras de Alvarito, no estaba preparado para abrirse a nuevas relaciones. Era necesario que pasara tiempo, mucho tiempo, en la soledad del sufrimiento. Por eso, apenas unos días tras su incorporación al nuevo empleo, Pí se entregó apasionadamente a su inmediato superior. Con él no había riesgos de que realizara promesas fingidas de futuro común. Pí sabía de su condición de casado y padre de familia. Durante casi tres meses asumió perfectamente el papel de becaria y concubina, salvo cuando en la soledad de sus noches, aun afloraban algunas lágrimas cuando la memoria le traía el recuerdo de la bata de seda a juego con el pijama que solía Alvarito ponerse en las noches que había pasado en su casa.
Las becas de verano suelen concluir con el final de la estación estival y, cual si su vida fuera una canción del Dúo Dinámico, Pí puso fin a su estadía en La Mancha y con ella a su pasión sin promesas. Poco tiempo después, Alvarito rectificó sus palabras y aceptó convertirse en el prometido de antaño, aunque, eso sí, dejando en suspenso temporal la fecha prevista para la boda. Hace unos días he sabido que, por fin, durante el año que empezará en unas semanas, Alvarito y Pí enlazarán sus vidas en matrimonio después de casi cuatro años de noviazgo. Aunque, por evitar los comentarios de los compañeros docentes de Alvarito, ellos insistan en que tan solo llevan unos meses de relación. Alvarito tiene una prometedora carrera por delante.
Nepión
2 comentarios:
En tiempos conocí también a una Pí, María Pilar para su Álvaro ("un nombre con tan pocas letras no queda bonito en una señorita de buena familia", pensaría él, personaje digno de la posguerra retratada por Garci). El caso es que Pí, sufrió por el despecho de su amado. Lloró desconsolada cuando su principe azul (también azul en lo ideológico y en lo noble del apellido, que no de su persona) la abandonó sin más explicaciones. Recuerdo que aquel grupo de amigos a los que un día encomendó el secreto de su futura boda y el madrinazgo de sus hijos, incluso, a aquella que había de regalarle los pendientes que luciría en tan señalado día (aún los tengo en casa) consiguieron aplacar su ira contra él y traducirla en mimos y condescendencia para con ella. Fueron momentos duros; la familia de Pí no quería ver al 'hidalgo' profesor ni en pintura, mientras la abanadonada novia tomaba fármacos para poder dormir y no caer tan de seguido en las crisis de ansiedad que la llevaban al desmayo y varias consultas de urgencias al mes. Noches durmiendo con la luz encendida y siempre en compañía de uno de esos amigos y mucha terapia (incluidas varias sesiones en la consulta de psiquiatría de su universidad, la de los dos) la sacaron del pozo. Aunque es cierto que nunca volvió a ser la misma (esa niña soñadora,divertida, fiel a su gente y ¿feliz?)... Finalmente, el sapo, digo Alvarito volvió a por ella y Pí no pudo dejar de caer, cual mosca, en sus ensalivadas redes. Los amigos, an cambio, no habían pasado tantas horas de terapia para nada. Y así acabó el cuento: él con un futuro prometedor (¿pensará en el decanato?) y ella con un futuro marido. Eso, y una lista de invitados bastante más reducida...
A usuario anónimo:
Ya es casualidad que ambos hayamos conocido dos parejas tan iguales. A no ser que Usted y yo, también nos conozcamos. En cuanto a los pendientes... Seguro que tendráusted una buena amiga dispuesta a lucirlos en fecha tan señalada como la de su boda.
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