La situación de a-salariado no se puede calificar de anímicamente próspera. Mejor dicho, puede calificarse así, pero mintiendo como político en campaña. Tampoco es que sea profundamente depresiva… Dígamos que tiene sus altibajos (aunque, en honor a la verdad, habría que llamarlos bajialtos, pues dominan los primeros sobre los segundos). Especialmente en temporadas como esta.
Un a-salariado cualquiera comienza su jornada en la búsqueda de nuevas ofertas a las que enviar sus datos personales. Tras descartar quinientos cuarenta y nueve anuncios mal clasificados (ej: sección Electricidad: “Se necesita fontanero, imprescindible inglés, alemán, y esloveno. Llamar a…”), encuentra al fin dos o tres ofertas en las que podría aplicar con provecho sus conocimientos y experiencia. De inmediato remite, por la vía más urgente posible, sus historial profesional en el que algunos datos están ligeramente exagerados, mientras que otros puede calificárselos como levemente maquillados.
A lo largo de la mañana, el a-salariado mutará al estado de “candidato” gracias a una agradabilísima voz que, teléfono mediante, le convocará para una entrevista a celebrar al día siguiente.
Camino de la entrevista, el candidato, caminante, que no está la cosa para derrochar en públicos transportes, avanza pletórico de esperanza mientras repasa mentalmente cada una de las líneas de su curriculum, ensayando una vez más las frases previstas para enmascarar las mentirijillas en éste incluídas.
De vuelta a casa, tras la inefable mentira de que en un par de días será avisado (que casi ninguno de los entrevistadores se enfrenta jamás a los candidatos rechazados), el a-salariado observa como, a medida que va avanzando el mes de diciembre, a cada paso es más frecuente contemplar viandantes cargados con cajas estampadas de adornos navideños. Se trata, sin duda, de las “cestas” que algunas empresas reparten entre sus empleados. Al pasar por la puerta de la oficina del INEM, el a-salariado lamenta que este organismo no reparta siquiera una lata de sardinas entre sus desempleados.
Un a-salariado cualquiera comienza su jornada en la búsqueda de nuevas ofertas a las que enviar sus datos personales. Tras descartar quinientos cuarenta y nueve anuncios mal clasificados (ej: sección Electricidad: “Se necesita fontanero, imprescindible inglés, alemán, y esloveno. Llamar a…”), encuentra al fin dos o tres ofertas en las que podría aplicar con provecho sus conocimientos y experiencia. De inmediato remite, por la vía más urgente posible, sus historial profesional en el que algunos datos están ligeramente exagerados, mientras que otros puede calificárselos como levemente maquillados.
A lo largo de la mañana, el a-salariado mutará al estado de “candidato” gracias a una agradabilísima voz que, teléfono mediante, le convocará para una entrevista a celebrar al día siguiente.
Camino de la entrevista, el candidato, caminante, que no está la cosa para derrochar en públicos transportes, avanza pletórico de esperanza mientras repasa mentalmente cada una de las líneas de su curriculum, ensayando una vez más las frases previstas para enmascarar las mentirijillas en éste incluídas.
De vuelta a casa, tras la inefable mentira de que en un par de días será avisado (que casi ninguno de los entrevistadores se enfrenta jamás a los candidatos rechazados), el a-salariado observa como, a medida que va avanzando el mes de diciembre, a cada paso es más frecuente contemplar viandantes cargados con cajas estampadas de adornos navideños. Se trata, sin duda, de las “cestas” que algunas empresas reparten entre sus empleados. Al pasar por la puerta de la oficina del INEM, el a-salariado lamenta que este organismo no reparta siquiera una lata de sardinas entre sus desempleados.
La sonrisa aflora en la cara del a-salariado al darse cuenta que podría ser mucho peor: Por fortuna, el INEM no organiza la tradicional cena de empresa.
Nepión
2 comentarios:
Interesante el blog!, estaré pasando, saludos,
JD
¡¡Pero qué cierta verdad en su frase final!!
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