Mañana cantarán los niños. Despertaremos con el sonsonete que anuncia la llegada de la Navidad. Ni los villancicos, ni el anuncio de las burbujas, ni las luces de la calle, ni las colas en el supermercado. En esta España nuestra, lo que verdaderamente anuncia el inicio de las Pascuas son los niños de San Ildefonso cantando desde bien temprano los numeritos de la lotería. Y el señor ese del abotonado traje que cada año saca del armario para lucirlo en el Palacio de Loterías. Y toda la mañana con la musiquilla de fondo. Que si uno coge un taxi: “PARIBICIENTOOOOOOOOS VEINTIUNOOOOOO”, los niños cantando en la radio que da igual si es asiduo oyente de la Cope, de Iñaki, del Olmo o Radiolé. Por un día las radios generalistas se convierten en radio-fórmula para emitir el superéxito del momento.
Que no sé yo por qué puñetero motivo, además, hay que escucharlo a todo volumen, que no hay tienda en la que entres que no haya que gritarle al dependiente como si se tratara de un garito nocturno con el patapumba constante de los bafles: “MIIIIIIIIL EUROS”. “Me dé dos barras”. “TROPEMIL SOBECIEEEENTOS CUATRO”. “¿Una docena de qué?”. “MIIIIIIL EUROS”. “Dos barras, por favor”. “LORENTA Y POCO MIL ENECIEEEEENTOS CATORCEEEE”. “¿Madalenas?”. “MIIIIIIIL EUROS”. “DOS BARRAS, DOS. (¡Coño! como todos los días)”. Eso, si mientras uno se intenta hacer entender, no cantan los niños un quinto premio. Si es así, ignoro qué extraños motivos le llevan al panadero a soltar de inmediato las dos barras que, ¡por fin!, tenía en sus manos, para correr como un poseído a la trastienda a comprobar la lista de sus participaciones por si fuera que habia arañado un pellizco de ese quinto. Que uno, que por lo general no le desea mal a nadie, empieza a rogar con fervor que el panadero no esté entre los agraciados para que tenga que volver a la dura realidad de ganarse la vida con la venta al detall de pan. En concreto de esas dos malditas barras por las que llevo suplicándo largo rato.
Luego de soportar las dos mil dos anécdotas sobre las curiosidades de los números y los motivos por los que los juega cada uno de los componentes de la larga fila de clientes que se ha ido formando en la espera (“lo que me costó encontrar la fecha de la comuniónde mi ahijada”), y de repetir la maldita escena en la frutería, la carnicería, los coloniales, la droguería, el estanco y el kiosco (que quién me mandaría a mi dejar la compra para el día 22), al fin llega a casa, no sin esperar, a pie firme y los brazos cargados de bolsas, que el amable portero le abra la puerta del ascensor que mantiene sujeta mientras vuelve a contar que el “veintisiete lleva más de 15 años sin aparecer entre los primeros premios, pero el cuarenta y nueve se ha repetido tres veces en ese mismo tiempo…”. “MIIIIIIIIL EUROS”, cotorrean los malditos niños solapando su voz con las desventuras del “…y tres, que ha salido tercero dos veces desde 1985”.
Que no sé yo por qué puñetero motivo, además, hay que escucharlo a todo volumen, que no hay tienda en la que entres que no haya que gritarle al dependiente como si se tratara de un garito nocturno con el patapumba constante de los bafles: “MIIIIIIIIL EUROS”. “Me dé dos barras”. “TROPEMIL SOBECIEEEENTOS CUATRO”. “¿Una docena de qué?”. “MIIIIIIL EUROS”. “Dos barras, por favor”. “LORENTA Y POCO MIL ENECIEEEEENTOS CATORCEEEE”. “¿Madalenas?”. “MIIIIIIIL EUROS”. “DOS BARRAS, DOS. (¡Coño! como todos los días)”. Eso, si mientras uno se intenta hacer entender, no cantan los niños un quinto premio. Si es así, ignoro qué extraños motivos le llevan al panadero a soltar de inmediato las dos barras que, ¡por fin!, tenía en sus manos, para correr como un poseído a la trastienda a comprobar la lista de sus participaciones por si fuera que habia arañado un pellizco de ese quinto. Que uno, que por lo general no le desea mal a nadie, empieza a rogar con fervor que el panadero no esté entre los agraciados para que tenga que volver a la dura realidad de ganarse la vida con la venta al detall de pan. En concreto de esas dos malditas barras por las que llevo suplicándo largo rato.
Luego de soportar las dos mil dos anécdotas sobre las curiosidades de los números y los motivos por los que los juega cada uno de los componentes de la larga fila de clientes que se ha ido formando en la espera (“lo que me costó encontrar la fecha de la comuniónde mi ahijada”), y de repetir la maldita escena en la frutería, la carnicería, los coloniales, la droguería, el estanco y el kiosco (que quién me mandaría a mi dejar la compra para el día 22), al fin llega a casa, no sin esperar, a pie firme y los brazos cargados de bolsas, que el amable portero le abra la puerta del ascensor que mantiene sujeta mientras vuelve a contar que el “veintisiete lleva más de 15 años sin aparecer entre los primeros premios, pero el cuarenta y nueve se ha repetido tres veces en ese mismo tiempo…”. “MIIIIIIIIL EUROS”, cotorrean los malditos niños solapando su voz con las desventuras del “…y tres, que ha salido tercero dos veces desde 1985”.
Por eso tengo decidido que este año, me enteraré de la lotería cuando ponga el telediario, cualquiera, que ponga el aue ponga veré las mismas imágenes de gentes desocupadas en la puerta de una administración de loterias en Cintruénigo, por ejemplo, o Vivar del Cid, o Salceda de Casales, o cualquier otro remoto lugar de la hispana geografía donde se haya vendido alguno de los décimos agraciados con los primeros premios. Hasta entonces, los niños, que canten lo que les salga de las bolas.
Nepión
3 comentarios:
Hola , soy la perra de Kenia y no sé cómo has contactado conmigo pero me mola un mazo tu blog. Intentaré verlo todos los días.
Un abrazo y felices fiestas.
jajajaja tienes toitita la razón
...ahhhh?
Publicar un comentario