Reconozco que a menudo pierdo el tiempo. En ocasiones me puedo recrear extasiado ante una puesta de sol, o simplemente ante una bella visión. En tiempos pretéritos, podía pasar horas y horas viendo nada en la televisión. Llegué, incluso, a convertirme en un experto en las teletiendas diversas que en la madrugada son, aunque nunca me entraron ganas de comprar uno solo de los objetos allí anunciados: ni el maravilloso cuchillo que cortaba todo tipo de objetos que empiezan por “T” (tomates, tornillos…) ni una multitrituradora capaz de preparar un batido en apenas segundos, o batir huevos para tortilla en menos tiempo del que se tarda en escribir el nombre del profeta. Para qué demonios querría yo ganar tiempo, si entonces, precisamente, lo que me sobraba era eso mismo.
Otras veces, puedo pasar horas enteras sin hacer nada más productivo que recuperar sueños atrasados, recostándome como un bebé recién comido en los brazos del dios Morfeo, durante un periodo cercano a la catorcena horaria, actividad que, a decir de muchos, puede integrarse plenamente en el concepto de “tiempo perdido”.
Y qué decir de ese gran placer bautizado de forma tan hermosa por los italianos: el “dolce far niente” (mucho más poético, no me negarán, que el británico “seeing grow the grass”). Simple y sencillamente dedicar grandes ratos a hacer nada. Fantástica tarea a la que estos tiempos de apresuramiento apenas nos dejan dedicar algunos minutos a lo largo de la semana. Que no es fácil practicar la holganza. Hay para ello que despojarse de grandes dosis de responsabilidad para olvidar la ingente cantidad de tareas, pequeñas y grandes, siempre pendientes de realización a la espera de poder encontrar un rato para llevarlas a cabo. También hay que aprender a domeñar esa vocecilla interior que Collodi simbolizó bajo la forma de un grillo. Pero se puede. Ya lo creo que se puede. Aunque para ello haya que posponer los planes por causa de ciento doce causas imprevistas, o más: fiestas sorpresa, partidos del siglo, visitas hospitalarias, fundas molares caídas… Baste que se tenga previsto disfrutar de un buen remoloneo para que los hados se conjuren para impedir la holganza.
Itero, por tanto, mi regusto en la pérdida de tiempo, sin necesidad de salir corriendo de inmediato en su búsqueda como si fuera uno un don Marcelo cualquiera. Pero quiero ser yo quien pierda mi tiempo. No que me (nos) anden jodiendo robándomelo como hicieron el sábado pasado con esa hora estulta que sólo sirve para que las endesas de turno se ahorren unos cuartos que luego no se ven en la papela bimestral. Anda y que les open.
Nepión
3 comentarios:
Como gusta ¿verdad?, perder el tiempo por perderlo y a veces, es ganarlo. Claro.
Como gusta ¿verdad?, perder el tiempo por perderlo y a veces, es ganarlo. Claro.
Me quitaron la hora el único fin de semana que andaba yo estresadísimo y tenía que levantarme pronto en domingo para trabajar en casa. ¡Cabritos! Menos mal que me desquitaré el otoño próximo, aprovechando para no salir de copas esa hora más de ocio nocturno que nos conceden. Por cierto: os recuerdo que el tiempo de descuento del Horario de Verano es el momento propicio para toda clase de ataques informáticos, sobre todo a sistemas medianos configurados con horario local.
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