9.3.06

De los gorros

Pese a que las circunstancias climatológicas parecen haberse suavizado, al menos por esta parte del globo terráqueo (que por las latitudes meridionales aún deben andar gozando del estío), quisiera compartir un sabio consejo que recibí allá por mis años mozos. Casi, casi, cuando los grandes saurios dominaban la tierra (qué bello título para tan mala película).
Díjome entonces un venerable anciano (antes de que a uno se le despierten las pudibundeces, cualquier persona que supere la treintena es un venerable anciano), una tarde que se me ocurrió quejarme en alta voz de un frío terrible en los pies: “Ponte un gorro”. Ante mi atónita expresión reiteró, con una voz cargada de autoridad y energía: “Para quitarte el frío de los pies, ¡ponte un gorro!”
Lógicamente (cuando no se sabe siquiera lo que es la edad núbil, las recomendaciones de los venerables ancianos que rondan la treintena suenan como órdenes tajantes), dejé de triscar y, sin dejar de tiritar, obedecí presto el mandato recibido. El “anciano”, quizá viendo que mi cara seguí reflejando el pasmo, quizá porque hallábase imbuido de esa extraña fuerza interior que es el animus docenti, consideró que mi acto de obediencia bien requería de prolija elucidación. Y esto fue lo que me dijo:
El cuerpo humano es una máquina muy sabia. Probablemente la más sabia de cuantas máquinas pueblan la Tierra. Sin embargo, no es una máquina perfecta. Hay veces, en determinadas circunstancias, en las que no puede funcionar a pleno rendimiento. Como te está pasando ahora mismo.”
“Tu cuerpo necesita una temperatura muy concreta para funcionar correctamente, y tiene unos mecanismos para controlar esa temperatura. El sistema principal por el que se controla la temperatura es por la circulación de la sangre. La sangre te recorre todo el cuerpo llevando oxígeno, alimentos y calor a todas las células del cuerpo.”
“Cuando hace frío, como esta tarde, parte de ese calor que generas, se lanza al exterior a través de la piel. Por eso nos ponemos ropas de abrigo, para disminuir la cantidad de calor que mandamos al exterior”.
- Pero, si llevo calcetines gordos y... Intenté refutar, con la impaciencia propia de la ignorancia y los pocos años.
“Déjame terminar –me cortó, firme pero amablemente- Efectivamente, llevas calcetines gordos, y botas, y pantalón, y jersey, y anorak… Y, pese a todo hay partes de tu cuerpo que siguen lanzando calor al exterior. Mira tus manos.”
- Es que… me he dejado los guantes. Balbucí, a modo de excusa.
“No importa”, prosiguió el venerable. “Aún hay una parte de tu cuerpo que, aunque te pusieras guantes, seguiría lanzando calor al exterior: La cabeza.”
“Ya te he dicho que tu cuerpo es una máquina muy lista, pero que no puede funcionar a pleno rendimiento cuando hace mucho frío. Por eso tiene que establecer un orden de prioridades. Hay muchos órganos dentro del cuerpo, muchos órganos muy importantes: El hígado, los pulmones, el intestino… Pero hay uno que tiene el control de todos los demás…”
- ¡El cerebro! Grité entusiasta. Apenas unos días antes había aprobado con nota un examen de Ciencias, y además tenía en casa una Anatomía Humana desmontable, con todas las visceritas hechas de plástico.
“Sí. Exactamente. El cerebro es el órgano más importante. Por eso el cuerpo, que es muy listo. Tiene que mantener la cabeza caliente: para que el cerebro pueda controlar sin problemas el resto de los órganos. Y ¿cómo lo hace? Mandando más sangre a la cabeza.”
- Pero… ¿de dónde sale esa sangre?. Confieso que, a estas alturas, el venerable anciano había conseguido cautivarme con su relato.
“No sale de ningún sitio. Ese es el meollo de la cuestión. Como el cerebro necesita más sangre, tiene que retirarla de otras partes de tu cuerpo. Y ¿qué partes de tu cuerpo están más alejadas de la cabeza?”
- Los pies. Afirmé al tiempo que iba llegando donde el anciano quería.
“Exactamente. Cuando empiezas a mandar más sangre a la cabeza, le llega menos a los pies. Por eso, cuando empieces a notar los pies fríos… Tienes que ponerte un gorro”
-Es verdad, ya casi no tengo fríos los pies. - Respondí mientras me levantaba del frío banco de piedra-. Ahora lo que tengo helado es el culo…
Y me fui corriendo.
Nepión

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Eso es verdad, lo del gorro yo lo sabía desde hace un tiempo, aunque no recuerdo si lo lei en alguna parte o me lo dijo un "venerable anciano" en mis años mozos.
Ahora yo soy el anciano (tengo 30) así que es probable que le dé este consejo a los niños de pecho que aparezcan tiritando allá por los meses del fresco.

Guty (www.vagartos.com.ar)

José Moya dijo...

¿Sabías que el frío en los pies sirve, además, para mantener el cuerpo aislado del frío del suelo? Es un mecanismo utilizado por los alces y otros grandes mamíferos invernales.

Pakito Grillo dijo...

Sigues sembrado.
El remate es genial. Pareciera que todo el desarrollo es una distracción para una terminación rotunda y sorpresiva.
Ríndote mi pleitesía.

vitalidad dijo...

Pues no lo sabía, día a día aprendo algo nuevo de ti. Muchas gracias por tu blog.

Anónimo dijo...

Hay que ver lo que uno puede aprender día a día. Yo suelo tener fríos los pies, y también suelo padecer muy a menudo resfriados, y alguien en una ocasión me contó algo parecido, que al tener fríos los pies, el cuerpo intenta calentarlos con "calor" de otras partes del cuerpo, lo que deja a estas partes, expuestas al frío y por tanto a los resfriados.
gracias por tus sabias palabras