Recientemente, en concreto el pasado 3 de marzo, Javi Moya, bloguero ameno y variado, escribía un simpático artículo sobre una recopilación de algunas de las erratas aparecidos en la prensa española. “El Instituto Cervantes […] ha elaborado un museo de los horrores…”, empezaba escribiendo Javi quien habitualmente, por no decir siempre, cita las fuentes que inspiran sus artículos.
Algo deben tener las erratas en la prensa que a quienes nos dedicamos a este oficio de cuentacasos, usualmente, nos gustamos de sonreir con ellas. En mi caso, reconozco, nació la afición gracias a la lectura del gran Evaristo Acevedo, legendaria firma de La Codorniz, desde cuyas páginas dictó lecciones magistrales de periodismo con su “Despiste nacional”, donde recopilaba y comentaba con magno ingenio algunas de las más garrafales meteduras de sus coetáneos.
Por lo que sea, la cuestión es que cuando, antes de transcurrir una semana desde la lectura del artículo ya dicho, uno de los diversos boletines gremiales que cada día llegan a mi buzón incluía una llamada alusiva a “los ‘duendes’ en la prensa”, sin apenas ojear una sola línea más de la gaceta, procedí a enlazar de inmediato con la página propuesta. Cuál no sería mi sorpresa al descubrir, con apenas una leve mirada, que todas los yerros aludidos en este artículo, provenían de la misma fuente mencionada días atrás por el bueno de Javi. Con una única, pero importante, diferencia. En este segundo caso, el ‘autor’ no mencionaba el origen de su fuente. La última frase del primer párrafo (“Los que ha continuación se muestran fueron recopilados en su día por el Instituto Cervantes”) fue incluida días después, sólo cuando algunos de los lectores le recriminamos al autor su falta de ética. En concreto, en mi caso, incluyendo en el comentario la referencia exacta a la web del Instituto cervantes.
Mas, para no abandonar el estado sorpresivo, mi buzón volvió a darme motivos: el ‘autor’ del artículo, en un mensaje tan amable como mal redactado, me “agradecía” haberle comentado que “este trabajo ha sido realizado por el Instituto Nervión (sic). Ahora lo cambio y lo incluyo en el texto”. A vuelta de correo, sugerile que, puestos a hacer las cosas bien, realmente debería entonar un mea culpa completo, incluyendo y mencionando el origen de ‘su’ artículo, sí, pero sin ‘olvidarse’ retirar la firma de lo publicado ni añadir una nota de disculpa. Recoméndele también, firmar un nuevo artículo (usando los verbos en primera persona) con el tema principal de “los plagiadores”.
Ofendido el pipiolo, respondióme al dia siguiente, reconociendo, eso sí, que de su artículo, “lo único que se podría considerar plagio son los ejemplos que citamos en el mismo”, esto es, lo fundamental. No contento con eso, añade, “consultaremos con nuestras fuentes jurídicas” (el novel confunde “fuentes” con “asesores”). Ignora asimismo el bisoño escribano que para entender el concepto de plagio no es menester acudir a juristas ni letrados, basta con tomar un voluminoso libro, también letrado, el DRAE, abrirlo por la página 1.777 y leer en la primera columna: “plagio (del latín plagium): acción y efecto copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”, que cuando se trata de los significados de los significantes, el DRAE (vigésima segunda edición) es una buena fuente de la que beber. Mas, ay, todo puede explicarse cuando en su misiva me hace saber que “estudiaré su petición con mis directores”.
Allá por el otoño de 2002 (desde luego, Nepión, te acuerdas de unas cosas) la que hoy es reina de las mañanas televisivas saltaba a las listas de superventas (besélers, en el argot de los libreros modernos) gracias a la publicación de su primera novela. Cuando sólo llevaba vendida una buena purrela de ejemplares, los indiscretos chicos de Interviú descubrieron que algunos párrafos de “Sabor a hiel” eran calcados a otros de una novela publicada tiempo antes por la conocida escritora romántica Danielle Steel (una de las escritoras más traducidas del mundo, junto con Agatha Christie). La primera excusa que manifestó la ‘escritora’, aludía a su inexperiencia en el manejo del ordenador, lo que había provocado que “accidentalmente”, algunos párrafos de otra novela se colaran en su texto (curioso “accidente” que no solo copió un párrafo que encajaba en la trama, sino que cambió el nombre de la protagonista). Cuando, dias más tarde, al párrafo “accidental” descubierto se le fueron añadiendo otros nacidos del magín de otras escritoras (Colleen McCullough, Ángeles Mastretta), Ana Rosa no tuvo más opción que asumir el error y anunciar que uno de sus colaboradores, cuya aportación a la novela “se extendió a la inclusión en el libro de algunos textos y párrafos tomados de la obra de otros autores cuando procedía a las labores de corrección de mi manuscrito final…”. Pocos días después, Editorial Planeta retiraba del mercado “Sabor a hiel”. Pronto se supo que el “colaborador” responsable, tenía (y tiene) nombre y apellido: David Rojo.
Casualmente, uno de los directores con quien el plagiario supraescrito manifestaba su intención de consultar su proceder.
Con esos maestros, que poco extraña el comportamiento de los pupilos.
Nepión
4 comentarios:
Explicación:
El artículo tiene fecha del 9 de Marzo. Hacia el 6 de Marzo yo recibí una carta en cadena con esas erratas, y más de una vez Periodista Digital ha escrito artículos recopilando esa serie de cartas en cadena.
Yo debo de ser muy raro, porque al recibir ese correo electrónico me fui a Malaprensa.com, donde encontré la fuente (que es la que Nepión indica).
Sin embargo, PeriodistaDigital tiene por costumbre no rastrear las fuentes más allá del último nivel: Es decir, si cita una revista de prensa de BBC español que a su vez cita al Chicago Tribune, PeriodistaDigital sólo dará el link del primero, y a veces no el link a la noticia. Vean de qué hablo.
Las secciones de Evaristo Acevedo en "La codorniz" se llamaban "La cárcel de papel", dedicada a libros, folletos, etc. y "La comisaria de papel", dedicada a esos gazapos de prensa luego recopilados en "El despiste nacional".
Acabo de comprobarlo en los escasos diez ejemplares de la revista que guardo en mi biblioteca. Snif.
Gracias Oscuro por la corrección. Cuando se cita de memoria, de mala memoria como es la mia, se asume el riesgo de cometer errores.
La aparición de David Rojo al final de la anécdota es impagable. Decididamente, la naturaleza imita al arte.
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