Lo que se está extendiendo el palabro. Porque el término “abrefácil” es un palabro. Y no un palabro cualquiera. Es un palabro, además, antinomizado, puesto que viene a significar precisamente lo contrario que la buena lógica nos quiere hacer ver. Las mentes dotadas de esa cosa extraña que la mayoria de los humanos llama sentido comun, pensará que algo catalogado como “abrefácil” debe referirse a un dispositivo de sencillo manejo que posibilita la apertura del objeto así etiquetado. Pues no es así, sino justamente al contrario. Pongamos varios ejemplos a modo de muestra.
Seguramente, querido lector, a su mente están viniendo varios objetos en los que puede leerse impresa la mencionada etiqueta: Cajas de leche, zumo u otros líquidos; botellas de aceite; cedés o deuvedés envueltos en plastiquillo; paquetes de café molido; cartuchos de tinta de impresora; latas de conserva de alimentos u otros productos… Y todos con un elemento en común: son imposibles de abrir hasta para un niño de seis años. Pueden hacer la prueba. De hecho, hace unos días presencié cómo un tierno infante que a lo largo de los próximos meses alcanzará los ocho, luego de demostrar sus habilidades programando el vídeo de su casa para grabarse no sé qué dibujos japoneses que dan en alguna televisión a las siete de la madrugada, era incapaz (como lo habíamos sido tanto sus progenitores como quien ésto que escribe) de abrir un deuvedé recien compradito en las rebajas.
No hay excepciones. Si uno, temeroso de que le puedan acosar los agentes municipales, o cediendo a las propagandas sufragadas con dineros públicos, decide, por una vez y aprovechando las rebajas, comprar música por lo legal, indefectiblemente deberá proveerse de una artilugio cortante para proceder a la apertura del envoltorio. Digo yo que por lo que cuesta el puñetero cedé, ya podían las discográficas pagar los royalties precisos para adquirir la tecnología necesaria a las tabaqueras. Con lo fácil que es abrir un paquete de tabaco y lo que cuesta hacer lo mismo con un cedé.
¿Y las latas? En la vida se me ocurriría permitir que intentara la apertura de una lata con “abrefácil” a nadie que no haya superado la edad de la escolarización obligatoria. Ni aunque viviera frente por frente de las urgencias hospitalarias. Si quisiera haberme especializado en la costura cutánea o el tratamiento de las heridas inciso-contusas, hubiera encaminado mis pasos por alguna de las múltiples ramas de las profesiones sanitarias. Me creo que alguna de las asociaciones de ayuda al suicida existentes por esos mundos de Dios reparta latas con abrefácil a cuantos candidatos se pongan en contacto con ellos: “Métase en un baño de agua bien caliente con una lata de bonito y otra de mejillones, a ser posible en aceite, que el escabeche sale fatal de la loza”.
Para qué decir nada del “abrefácil” de la leche. Pruebe usted, querido lector a abrir una cajita sin tener al alcance de la mano objeto cortante alguno. Una vez que haya procedido al intento, tome la fregona y recójalo todo muy bien. Y no me llore por la leche derramada que, despues de leer lo antescrito, ya se tenía que sospechar lo que iba a ocurrir.
Nepión
3 comentarios:
No sé que he hecho para recibir tus actualizaciones en mi correo, pero esta bien, son divertidos tus posts, Saludos.
Un dato curioso es que los antiguos abrelatas de llave (¿alguien más leyó el cómic de los Kronston en el Spirou cuando era niño?) han sido reemplazados por artilugios diseñados para abrir los abrefácil (en mi casa tengo uno).
Lo de las latas de cacahuetes probablemente se deba a que se ofrecen en máquinas expendedoras... sospecho que habrá habido alguna demanda de padres cuyo cachorro haya sido víctima del abrefácil.
Pues yo tengo un don especial para abrir cartones de leche sin utilizar tijeras ni otros artilugios cortantes. Los tetrabricks no se me resisten. Por eso siempre me llaman para ir de botellón. :D
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