20.9.05

Diarios del paro I

Esta mañana fui al INEM. Mero trámite. No es que tenga fe alguna en recibir ofertas laborales desde el Instituto, aunque tengo algún conocido -conocida, para ser más exactos, y sólo una-, a quien desde el INEM le ofrecieron un puesto de trabajo acorde a su preparación, conocimientos y experiencia. El caso de Delia es una excepción. Cuanto menos en lo que a mis alrededores se refiere. Mucho más común, me temo, parece el caso de Víctor. Víctor paso una época, larga, sin trabajo. Más bien sin salario digno, porque, como le ocurre a la mayoría de los buenos profesionales en estado de necesidad, trabajos surgen muchos, pero casi todos sin contrato ni dignidad en el salario. Pero como Víctor sabía que sólo con dignidad no puede pagar en la frutería, aceptaba cuantos trabajos le encargaban. Poco a poco, mal que bien, sacaba algunas perras con las que entretener las deudas con el frutero, la comunidad de vecinos, la compañía del gas y todas esas nimiedades que rompen la monotonía del saldo en el banco. De pronto, todo cambió una mañana. En el buzón de Víctor había un sobre con el emblema verde del Instituto. ¡¡¡Una oferta!!! Tenía que presentarse a la mañana siguiente en una dirección concreta de… qué más dá que localidad, para incorporarse a “un puesto de trabajo acorde a sus características”. Había que ver a Víctor esa mañana. Cloti, una de las vecinas, se pensó que iba de bodorrio, hasta que cayó en la cuenta que no había clavel en la solapa. ¡Qué porte! ¡qué presencia! Un paso antes de entrar en la dirección indicada en la misiva, tras comprobar por centésima vez la dirección escrita, sobre los espejos de un escaparate cercano, Víctor se ajustó una vez más el nudo de la corbata. Aun le resonaba eso de “la primera impresión es muy importante” que le había dicho Carmen antes de salir de casa. Traspasó la puerta y, dirigiéndose con el más encantador de los saludos posibles hacia una señorita sentada junto a una mesa en la entrada le tendió la carta que había recibido la víspera. La señorita, diligente, marcó una extensión en el teléfono interno y, en pocos minutos otra amable dama le pedía que le acompañara. En su despacho, la responsable de la oficina discrepó de los responsables del INEM en cuanto a la idoneidad del candidato a la plaza requerida. Víctor nunca supo cuáles de sus características eran las que no se adaptaban al puesto de trabajo para el que el INEM le encontraba idóneo, si sus 28 años como confeccionador en un diario madrileño o el bigote que desde que abandonó la facultad se había instalado sobre los labios. Lo que fuera que fuese no le parecía motivo suficiente para ocupar ese puesto de limpiadora para el que la empresa había solicitado al INEM la selección de candidatas.

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