28.9.05

Diarios del paro II

Hace unos días, contaba yo que había estado en la oficina del INEM. Y, aunque tras leer mis palabras es posible que alguien pueda pensarse lo contrario, no quisiera parecer que ahondo en el desprestigio del Instituto. Muy al contrario. Quiero ahondar en ello. En honor a la verdad, he de reconocer que durante mi visita, larga, pues me tuvieron más de dos horas en espera de nada, fui testigo de una oferta laboral. Lógico, pudiera pensarse, al cabo y al fin, el INEM es uno de los lugares donde acudimos los trabajadores cuando nos convertimos en a-salariados (carentes de salario). Mas, nadie que haya visitado las oficinas del Instituto, podrá decir que haya visto un ápice de esperanza reflejado en los rostros de quienes esperan desesperanzados la llegada de los empleados de Esperanza –parte del INEM ha sido asumido por la Comunidad de Madrid-.
Sea como fuere o seriese, cumplí con mis obligaciones de recién parado acercándome a la oficina del INEM de mi barrio que, por suerte, háyase próxima a mi domicilio habitual. Cargaba yo cuantos documentos creí necesarios para cubrir cualquier contingencia que el empleado de turno pudiera manifestar: el caduco contrato que tiempo atrás tanta alegría me había dado, la fatídica misiva que anunciaba la caducidad del anterior, las pertinentes copias del te-cé-dos de la empresa, el certificado de haber percibido estipendio durante no sé cuántos días, fotocopias varias del deeneí, certificado de empadronamiento, un papelajo arrugado en el que llevo apuntado el número de la cuenta corriente por si el caso de que hubiera cubierto el mínimo de días laborados para conseguir la condición de subsidiado y hasta el resguardo de la ITV del coche. Nunca se sabe.
Cuarenta y cinco tediosos minutos después de mi entrada, tras los que ya no quedaba un solo cartel que no hubiera leído chiquicientas veces, por fin, me llegó el turno de ser atendido por una funcionaria que, amablemente decidió postergar unos instantes su cafelito de media mañana al ver la crispación en mi cara cuando intentó levantarse de la mesa en la que me tocaba ser atendido. Papel va, papel viene, lo que no podrán decir quienes aguardaban tras de mi es que contribuyera a prolongar su espera con innecesarias preguntas. “¿sabe si me van a llamar pronto?”, “¿cada cuánto hay que venir?”, “¿para Manuel Becerra me pilla bien el trece?” o cosas parecidas inquiridas por mis predecesores. Nada de eso. En una cola, al menos, hay que ser solidarios.
El siguiente paso es el de esperar una segunda cola para recabar información sobre la posibilidad de percibir pecunia alguna en el tiempo en que dure la situación de deslaboralizado. En esta ocasión, la cola es digital. Me explico. En lugar de permanecer en pie, uno tras otro, los esperantes hemos de pulsar con uno de nuestros dígitos en un dispensador de numeritos. Como en la carnicería, pero en vez de pedir la ídem a nuestro antecesor(a), el dispensador nos regala con un papelito numerado. Observo que el número que me ha correspondido en el reparto de hoy ha sido el “A-047”. Fijándome en la letra pequeña de mi vez digital me estupefacciono al comprobar que hasta ese momento, el último número llamado ha sido el “A-19”. Tras un rápido cálculo, suponiendo que a las 9 de la mañana hubieran empezado por el “A-001” deduzco que han de pasar no menos de cuatro horas y media antes de que sea el momento de preguntar por mi causa. En cualquier caso -¡cómo se nota que los parados no tenemos nada que hacer!-, antes de que llegue mi turno tengo tiempo de echar un pitillito. Salgo a la calle. El único sitio donde se puede fumar hasta que Gallardón descubra que a los fumadores se nos puede colocar un parquímetro. No soy el primero que lo hace, fumar. De hecho la puerta del instituto está plagada de colillas. Señal de las largas esperas. Un empleado municipal está barriendo la acera.
Miento. Quien realmente barre la acera es un subcontratado municipal. Hace tiempo que las aceras de la capital no las barren empleados municipales. Casi todos pertenecen a empresas contratistas, aunque muchos podrán decir que las aceras de su calle no las barre nadie. Como sea. Esta acera está siendo barrida en este preciso instante. Un chico joven, vestido con camiseta roja se dispone a entrar en la oficina del INEM. “¡Eh, chico!”, le grita el operario de de la subcontrata de limpieza, “¿tú quieres trabajar? En mi empresa están cogiendo gente esta mañana”. El chico se detiene. Gira sus pasos y se dirige al barrendero quien, ya sin necesidad de gritar, le cuenta las condiciones. El chico de rojo ya no entra en la oficina de empleo. No sabe que, mañana, tendrá que volver. Para trabajar en cualquier parte, hay que estar apuntado al paro. No vaya a ser que los funcionarios del INEM se queden sin trabajo.

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