24.9.05

Marili

Cuando yo la conocí, Marili era... No lo sé... ¿Cómo se puede calificar a quien, para unos, no era sino un gran proyecto; para otros, especialmente sus padres, casi una niña; y para ella misma, una mujer hecha y derecha? (Bueno, hecha del todo no, porque aún le faltaban un par de tallas más en el pecho, pero esto era algo que no le había dicho a nadie, ni siquiera a Rufo) ... Marili tenía catorce o quince años. Catorce o quince años y mucho tiempo para soñar, o aunque no fuera mucho tiempo, lo que sí tenía eran muchos sueños.
Marili soñaba con el profesor de Lengua, (quién no ha soñado nunca con un profesor) y también con el de Matemáticas. Aunque más bien con el de Matemáticas, lo que Marili tenía eran pesadillas. Se había enamorado locamente del profesor de Lengua el primer día que llegó a clase, y no porque fuera tan alto ni tan gallardo -que lo era-, ni tampoco porque fuera mucho más joven que don Julián (el de Matemáticas) -porque para ser más joven que don Julián bastaba con haber nacido dentro del último siglo-. Tampoco porque fuera casi tan guapo como Beckham. No. Marili se había enamorado locamente, apasionadamente, la primera vez que le escucho pronunciar aquella frase: "sintagma nominal de predicado no verbal". ­ ¡Qué forma de arrastrar la ese! ­ ¡Cómo marcaba la gé intercalada! "Sinta-g-ma" ­ Ahhh! ... Cada vez que lo recordaba Marili sentía que su corazón se paraba de golpe, para comenzar a latir con doble fuerza. Solamente Rufo sabía de su pasión por Antonio. (Los profesores jóvenes tienen la ventaja de que se les puede llamar de tú y por el nombre de pila y, claro, eso permite un trato mucho mas familiar). Rufo era su perro. El de Marili. Con él, con Rufo, los secretos de Marili estaban a salvo, Rufo no se los podía contar a nadie. Y no como la boba de Dulce María. Bastaba que le contaras cualquier cosa, para que a los diez minutos, lo supiera todo el colegio. Como aquella vez que se le ocurrió contarle lo del cine. Y eso que realmente no había pasado nada. Para una vez que el niño aquel le había cogido la mano... fue para pedirle las palomitas. Qué semanita pasó. Elisa, y Bego, y la tonta de Celia, todo el día mirándola y riéndose y hablando. Seguro que la muy..... de Dulce se lo había contado todo.

Marili iba al colegio, con el polo blanco, y la falda azul. Esa odiosa falda azul que parece que iba creciendo con ella año tras año. Una carpeta negra repleta de fotos de los guapos de turno, Brad Pitt, Harrison Ford, y un tío muy macizo que recortó de un anuncio de vaqueros. Y una bolsita de tela con dos bolis y un paquete arrugado de Fortuna. Sólo el tabaco. El fuego se puede pedir por la calle. Además, no tener mechero es una maravillosa excusa para acercarse a conocer a ese niño tan mono. Y un jersey gris. Y no es que hiciera frío. El jersey gris, siempre, anudado a la cintura. Era un escudo más, igual que la carpeta por delante, el jersey la protegía de las miradas. Contra esas miradas de las que ya les había advertido sor Estrella. Al único que le molestaba el jersey era a Luismi. Luismi. ¡Ay! El pincha de la disco de Soto: Claps. Una discoteca en Soto del Real, en donde se les ocurrió a sus padres comprar la parcela. Todos los fines de semana..., a la parcela, sin faltar ninguno. Cómo odiaba aquel sitio. Un lugar priviliegiado en medio de la naturaleza, tres habitaciones, salon, baño y 45 metros de jardín... lejos de cualquier parte. Sólo el club social y la iglesia estaban cerca. "Marili, tienes que traer el pan" claro, como el niño no puede cruzar la carretera..., pues bien que lo hace para irse a jugar al tetris. Tan lejos de todo y encima sin moto. Si casi todas sus amigas la tenían, aunque fuera un vespino, pero nada, como son tan peligrosas. Luismi sí, tenía moto, y además una moto tan grande, y tan brillante. Y era tan simpático… Y sabía tanto de música que era ideal. Súper. Y no era un niñato como aquel del cine. Claro que Marili había tenido que ponerse un par de años de más. También se ponía un poco de rojo en los labios. Tampoco mucho, solo un poquito. Si se pintaba demasiado podía parecer una niña jugando a ser mayor. Además tenía que quitárselo antes de entrar en casa. Buena se iba a poner su madre. Y Papá...ufff... Seguramente también se enfadaría. Lo que no podía pensar Marili es que su padre se enfadaba por impotencia. Uno que quiere sentirse en la segunda juventud, y ¡zas! Siempre llega la Marili de turno a recordarle que ya tiene 48 años y que, la verdadera juventud, es ella.

Por eso sólo un poquito de rojo en los labios, una pasadita y un besito a un kleenex. Al llegar a la disco le daría otro a Luismi. Desde la cabina se ve toda la pista. Fíjate en esa de verde, no tenían que dejar pasar a la gente con armadura. Y mira aquel otro. Quiere imitar a Michael Jackson... y se parece a Paco Clavel. Anda Marili, mona, tráeme un Ballantines y tomaté tú algo. Un martini con coca y un ballantines para Luismi. Y de la barra a la cabina y de la cabina a la barra tres, cuatro cinco viajes. Qué bien pincha Luismi.

Y esta noche Marili llorará ... sola, en su cuarto, cuando descubra que Luismi no sólo la llevó a casa en la moto, sino que también se le llevó el sujetador (ya lo decía Sor Estrella, todos son iguales) Y llorará al día siguiente, entre el dolor de cabeza y la bronca de su padre por llegar a las tantas. Y hasta el mes que viene sin paga. Y volverá a llorar el próximo fin de semana, porque, claro, perdonará a Luismi...

Pero sobre todo llorará dentro de un par de años, cuando haya dejado de ser un proyecto, cuando se acuerde de Luismi, de Rufo, de la moto, de Antonio, de la disco y de Sor Estrella. Sobre todo cuando se acuerde de Sor Estrella. ¡Maldita bruja. Cómo la engañaba!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Espero que se nos resarza con un post extra por la espera. Pasan tres días desde su última entrada y no sabemos nada de usted. ¿Qué dirá Lola Mento?
Muy atentamente, Alba Bea.