Hace tiempo, la contumaz tashumancia de mi vida laboral dio con mi número de la Seguridad Social en el departamento de personal de un diario en crisis. La crisis de los diarios es como la del teatro, permanente. Siempre están faltos de lectores o de espectadores, pero tanto los unos como el otro, perviven día tras día.
Sin embargo, la crisis de aquel diario era seria. Más que seria, como se demostró unos meses después de mi llegada con la desaparición definitiva del diario (sin que entre los dos hecjhos se pueda establecer más relación que la puramente temporal).
De los tiempos de aquella crisis, cuanto menos de la parte que me tocó vivir, aun conservo la deuda de relatar aquellos días en los que un corto puñado de curritos sacábamos cada día a la calle un periódico, falto de alguna noticia, pero cargado de dignidad profesional.
Debería contar un día, por ejemplo, cómo se hace una sección de internacional sin más fuentes que el teletexto y los servicios informaticvos de la BBC. O cómo cubrir gráficamente cinco informaciones distintas con tan sólo una cola de carrete con nueve fotogramas. Acaso debiera poner en palabras la imagen de Carlos, embutido dentro del abrigo, embufandadoy tiritando de frío, terminando de componer el maldito suplemento de humor. Contar, quizá, el día que un diputado leyó en alta voz en el Congreso, y sin percatarse de que tenía el micrófono abierto, parte de la transcripción de un vídeo del que nadie hablaba pero al que muchos aludían.
Reconozco mi deuda, pues pocos dás antes de nuestra diáspora, prometí que las notas que había ido tomando aquellos días, en algún momento del futuro verían la luz en forma de libro. Se lo debo a Noelia, a Paco, a Fran, a Igor, a César, a Mentxu, a Mario, a Silvia, a Oscar, y a muchos otros con los que, en aquellos días inciertos, compartíamos fríos, ilusiones y penurias.
Recuerdo de aquellos días, la aventura que suponía adentrarse cada día en la redacción, pues no se podía imaginar qué era lo que nos iba a deparar la jornada. ¿Tendríamos teléfono? ¿Habría luz? ¿Llegaría el papel? Siempre había algo urgente que arreglar. Algo urgente que reclamaba toda nuestra atención hasta agotar el tiempo disponible. Algo urgente que nos impedía ejercer cualquier acción sobre las cosas importantes: mejorar las condiciones de trabajo. Pero, también es cierto que, una vez solucionado eso tan urgente, aún teníamos el tiempo justo para hacer un periódico para el día siguiente. Tambien, como en el teatro en crisis, en la prensa: the news must go on (el show debe continuar).
Entonces, como ahora, lo urgente no nos dejaba actuar sobre lo importante.
Sin embargo, la crisis de aquel diario era seria. Más que seria, como se demostró unos meses después de mi llegada con la desaparición definitiva del diario (sin que entre los dos hecjhos se pueda establecer más relación que la puramente temporal).
De los tiempos de aquella crisis, cuanto menos de la parte que me tocó vivir, aun conservo la deuda de relatar aquellos días en los que un corto puñado de curritos sacábamos cada día a la calle un periódico, falto de alguna noticia, pero cargado de dignidad profesional.
Debería contar un día, por ejemplo, cómo se hace una sección de internacional sin más fuentes que el teletexto y los servicios informaticvos de la BBC. O cómo cubrir gráficamente cinco informaciones distintas con tan sólo una cola de carrete con nueve fotogramas. Acaso debiera poner en palabras la imagen de Carlos, embutido dentro del abrigo, embufandadoy tiritando de frío, terminando de componer el maldito suplemento de humor. Contar, quizá, el día que un diputado leyó en alta voz en el Congreso, y sin percatarse de que tenía el micrófono abierto, parte de la transcripción de un vídeo del que nadie hablaba pero al que muchos aludían.
Reconozco mi deuda, pues pocos dás antes de nuestra diáspora, prometí que las notas que había ido tomando aquellos días, en algún momento del futuro verían la luz en forma de libro. Se lo debo a Noelia, a Paco, a Fran, a Igor, a César, a Mentxu, a Mario, a Silvia, a Oscar, y a muchos otros con los que, en aquellos días inciertos, compartíamos fríos, ilusiones y penurias.
Recuerdo de aquellos días, la aventura que suponía adentrarse cada día en la redacción, pues no se podía imaginar qué era lo que nos iba a deparar la jornada. ¿Tendríamos teléfono? ¿Habría luz? ¿Llegaría el papel? Siempre había algo urgente que arreglar. Algo urgente que reclamaba toda nuestra atención hasta agotar el tiempo disponible. Algo urgente que nos impedía ejercer cualquier acción sobre las cosas importantes: mejorar las condiciones de trabajo. Pero, también es cierto que, una vez solucionado eso tan urgente, aún teníamos el tiempo justo para hacer un periódico para el día siguiente. Tambien, como en el teatro en crisis, en la prensa: the news must go on (el show debe continuar).
Entonces, como ahora, lo urgente no nos dejaba actuar sobre lo importante.
Nepión
1 comentario:
Hola!! Hacía mucho que venía por aquí, no me he podido leer todas las entradas, sin embargo, las leídos, hayt que admtir, son la bombaaa
Publicar un comentario