17.2.06

Del precio de los tabacos

A estas alturas, al identificarme como fumador, no creo que pueda sorprender a nadie. Quienes conocen mi aspecto, de sobra saben que porto la consabida cajetilla en el bolsillo de la camisa. Por otra parte, quienes con el tiempo han pasado a convertirse en lectores, asiduos o esporádicos, de estas barruntadas, en más de una ocasión me han leído confesar mi adicción. Puestos a confesar, me reconoceré también, y sin que eso tampoco constituya una novedad, poseedor de una memoria prodigiosa. Entiéndaseme bien. Que no es que tenga presente cuantos aconteceres me hayan sucedido, o que sepa de memoria páginas y páginas de los más diversos autores. En éste último caso, si exceptuamos a Aruyama (de cuya obra puedo afirmar sin modestia que conozco a la perfección), vagamente puedo citar de forma correcta media docena de frases extraidas de algun libro.

No. Mi memoria es prodigiosa en tanto que es capaz de recordar sucesos y casos leídos vagamente hace una buena purrela de tiempos y, sin embargo, olvidar los detalles más cotidianos. Por ejemplo, y volvamos al hilo por el que habíamos empezado, soy incapaz de aprenderme el precio de artículos de uso cotidiano. Nadie me pida una cifra exacta, por ejemplo, del valor de una simple barra de pan. Sé que éste es un valor variable que depende de factores como el establecimiento o, fundamentalmente, del tipo seleccionado: Candeal, viena, baguette, chapata, gallego, payés… que se están poniendo las panaderías que casi hace falta tener un máster en Geografía para trabajar en ellas.

Los fumadores sabrán que pocos artículos hay de uso más cotidiano que el tabaco. Artículo, que, además, no suele tener muchas fluctuaciones en cuanto a su valor de mercadeo. Mejor digamos que no solía tener fluctuaciones. Que llevamos unos días que el precio de mercado varía más que la cotización del Dow Jones de los coidem.

El ministro Solbes, incitado por la ministra Salgado, decide, de buenas a primeras subir los impuestos del tabaco con el fin de provocar un aumento en el precio y, de paso, reducir el consumo. No lo consigue, porque las compañías tabaqueras en menos de cuarenta y ocho horas, deciden bajar el precio de las cajetillas, entre otras cosas, porque desde la entrada en vigor de la ley antitabaco, han visto reducidos una parte de sus gastos, ya que no pueden meter un solo eurito en publicidad. Así que a la partida prevista de gastos de publicidad le endosan el aumento de impuestos, y aún les sobra un pizco para quitarselo al mercado.

Una semana después, una parte de sus señorías los diputados reunidos en Pleno, se hace un lío con los dedos y los botoncillos, y rechazan el aumento impositivo que había decidido el ministro Solbes. Lo que quiere decir que a los tabacos les bajan el impuesto, volviendo a la situación que tenían antes del decreto del ministro Solbes. En buena lógica, cabría pensarse que volverían a bajar el precio, al haber disminuido los impuestos. Mas, antes de que se produzca la previsible depreciación, el ministro vuelve, erre que erre, a imponer sobre el pitillo.

Lo lógico sería pensar que, puesto que hemos vuelto a la situación anterior al error de sus señorías, los precios se mantuvieran estáticos, puesto que los impuestos, en realidad, han subido en el mismo porcentaje que habían descendido el día anterior. Eso, digo, sería lo lógico. Sin embargo, la realidad es que las tabaqueras anuncian un nuevo incremento en el precio por causa, dicen, de la nueva subida de impuestos. Una subida exactamente igual a la que motivó, apenas hace una semana, que bajaran el precio.

Luego, soy yo el raro porque no pongo ningún interés en aprenderme el precio. Porque esta vez, lo prometo, he intentado comprenderlo. Que "la comprensión", decía don Fulgencio, mi viejo maestro, "es base de todo aprendizaje provechoso".
Nepión

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