1.11.05

Alberto el cazador

Sería no hace apenas una semana cuando recibí la llamada de Alberto. Alberto es uno de tantos ciudadanos que en los últimos años se viene preocupando de la salud, de la suya. Ha desechado de su alimentación todo lo que no sean productos sanos, dietéticos. Cuanto menos una vez a la semana se mira la tensión. Cada dos o tres meses acude al ambulatorio para que le hagan análisis de sangre y orina por medio de los que vigilar los niveles de azucar, colesterol, transaminasas y Dios sabe no sé cuántas cosas más, que en el caso de que sepas que están descompensadas, parece que pueden darte los siete males.
Alberto ha dejado el alcohol. Cuando ambos éramos jóvenes que despertaban a la juventud, alguna que otra vez me tocó acompañarle a casa porque "se le había torcido la última cerveza". Poco más o menos el mismo número de veces que me acompañó él a mí por un motivo similar. Siendo completamente franco, me cuidaré de afirmar que se ha convertido en abstemio, porque me confesó que, de cuando en cuando se sigue tomando una copita de vino en ocasiones especiales. Eso sí, al día siguiente se pega una carrera veinte minutos más larga de lo habitual para quemar el exceso del vino.
También, por mor de la línea estética, del perfecto estado físico, Alberto se ha convertido en un fan del deporte. No a través de televisión como lo somos la gran mayoría de los epañolitos de a pie. No, Alberto se zambulle cada mañana una hora u hora y media de piscina porque en alguna revista leyó que la natación es el ejercicio más completo para cualquier parte del cuerpo. Los días que no puede pegarse el chapuzón, Alberto corre, pero no porque tenga prisa, o para coger el autobús, sino por puro placer. Por el mero placer de darse una carrera por El Retiro o la Casa de Campo. Le gusta.

Complementa su actividad deportiva con un partido de escuás (o cómo quiera que se escriba el dichoso deporte de la raquetita), pádel, tenis, y hasta fútbol sala, por lo menos una vez a la semana. A no ser que estemos en plena temporada. En ese caso, la práctica deportiva de Alberto se limita a la caza. Tal vez el único rescoldo que aún le queda de esa lejana juventud que juntos vivimos intensamente (y muy poco deportivamente, que todo hay que decirlo).

Lo cierto es que Alberto tiene un aspecto imponente. En lo que se le puede ver de un simple vistazo, no tiene ni un solo gramo de grasa. Pelo sí ha perdido, pero probablemente no a causa de la alimentación, sino más bien me inclino a pensar en que ya no somos unos niños, y que pese a todos los cuidados, los años terminan por pasarnos por encima. Hace unos días, decía, recibí llamada de Alberto, y quedamos para vernos. Entramos en una armería. Mi amigo quería comprar unos cartuchos para ir de caza. Mientras esperábamos que le entregaran el cambio saque un cigarro y repare en la advertencia de las autoridades sanitarias que aparece en el paquete. Volví la cabeza buscando una advertencia similar en la tienda, pero fue inútil. Las autoridades sanitarias no advierten que las armas puedan ser perjudiciales para la salud. Tomé nota. En mi próximo atraco en lugar de amenazar con un revolver, ofreceré tabaco. Parece éste mucho más peligroso.
Nepión

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