Cada vez que una señora entra en un sanatorio para desembarazarse de su estado de preñez, no solamente sale, al cabo de los días, cargada con un retoño (o más, que los multipartos cada dia son más frecuentes, por eso, supongo, de los tratamientos de fertilidad). Ella que llegó apurando el tiempo, cargada de prisas, contracciones y “bolsa de hospital”: los pañales para el neonato, camisones, zapatillas, patucos, chupetes, etc., al llegar el día de la salida necesita de una furgoneta para llevar a casa cuantas pertenencias había en la habitación: Ramos y centros de flores como para adornar el altar mayor en la fiesta de la Patrona. Una maleta mediana cargada de pijamitas, patucos, ombligueros, juegos de gorro y manoplas, bodies, y guardapañales. Seis bolsas de diverso tamaño llenas de osos, tortugas, conejos, caimanes, perros, caballos, más osos, unicornios, ratones, patos, todavía más osos, gatos, vacas, mariquitas, tigres y demás peluches diversos sin contar personajes de Disney. Otra maleta, ésta de tamaño grande, que a duras penas contiene medio armario de la reciente madre (“a ver si me puedes traer algo que me pueda poner”) y varias camisas (sin usar) y mudas (usadas y sin usar) del reciente padre. Otra bolsa con libros, neceseres, portacedés, bolígrafos, revistas y libros de pasatiempos, y un sinfín de diversos objetos de menor tamaño que, inexplicablemente, se han ido acumulando en la habitación del hospital. Cuando, por fin, el paciente padre ha conseguido colocar todos estos bultos en el maletero del coche, suele descubrir que aun tiene que hacer sitio para la masicosi, el cuco, el cestillo y el carrito. Cuando la feliz pareja en la soledad del hogar, intente hacer inventario de las nuevas pertenencias, descubrirá que ignora quiénes han regalado cuanto menos una decena larga de objetos. (“La muñeca azul no puede ser de tía Emerinda porque se murió el año pasado").
Un joven deportista llega a la sala de urgencias de cualquier hospital aquejado de nauseas, vómitos y fiebre elevada. Tras un breve reconocimiento y la consabida analítica, el galeno de guardia dictaminará una inflamación del apéndice del joven, por lo que decretará su inmediato ingreso y posterior intervención quirúrgica. Cuando, transcurridos tres días desde la intervención el paciente haya demostrado una franca mejoría y su tolerancia hacia una dieta blanda, será dado de alta y podrá marcharse a su casa, eso sí, cargado de varias bolsas y maletas en las que guardar varias mudas, pijamas y zapatillas, libros diversos, una videoconsola con cincuenta y tantos juegos, dos docenas de revistas del corazón, la prensa deportiva de los cuatro últimos jornadas, dos cactus de tamaño medio y no menos de dieciseis tarjetas con mensajes pseudohumorísticos.
Los papás de Arturo, 15 meses, tienen un aspecto de cansancio como pocas veces en su vida. Después de haber estado más de 30 horas en un box de urgencias esperando que les dieran una habitación para su rorro aquejado de neumonía, han pasado la última semana alternándose en la habitación 400 del hospital infantil, comiendo y cenando de bocadillos, maldurmiendo en una cama de 70 cm y recibiendo a abuelos, tíos, cuñados y mamases de los compañeros de guardería de Arturito. Después de una semana de hospital, y con las ojeras más marcadas que Belloch cuando era ministro, por fin abandonan el hospital no sin antes haber acudido cuatro veces al control de enfermeras a pedir bolsas de basura para poder llevarse a casa medio catálogo del Imaginarium más cercano; dos cajas de lápices de colores; diecinueve cuadernos de pintar; siete muñecos de peluche; dos bolsas de radiografías; la cartilla de vacunaciones de Arturito; el cuaderno en el que mamá apunta las revisiones y visitas al pediatra; un quinto de las existencias totales del kiosco del hospital; tres bolsas con restos de bocadillos, zumos, botellas de agua mineral y bolsas de patatas fritas medio abiertas; las obras completas de Edgar Allan Poe y la guia de talleres homologados de reparaciones del seat Toledo.
CONCLUSIÓN
Un joven deportista llega a la sala de urgencias de cualquier hospital aquejado de nauseas, vómitos y fiebre elevada. Tras un breve reconocimiento y la consabida analítica, el galeno de guardia dictaminará una inflamación del apéndice del joven, por lo que decretará su inmediato ingreso y posterior intervención quirúrgica. Cuando, transcurridos tres días desde la intervención el paciente haya demostrado una franca mejoría y su tolerancia hacia una dieta blanda, será dado de alta y podrá marcharse a su casa, eso sí, cargado de varias bolsas y maletas en las que guardar varias mudas, pijamas y zapatillas, libros diversos, una videoconsola con cincuenta y tantos juegos, dos docenas de revistas del corazón, la prensa deportiva de los cuatro últimos jornadas, dos cactus de tamaño medio y no menos de dieciseis tarjetas con mensajes pseudohumorísticos.
Los papás de Arturo, 15 meses, tienen un aspecto de cansancio como pocas veces en su vida. Después de haber estado más de 30 horas en un box de urgencias esperando que les dieran una habitación para su rorro aquejado de neumonía, han pasado la última semana alternándose en la habitación 400 del hospital infantil, comiendo y cenando de bocadillos, maldurmiendo en una cama de 70 cm y recibiendo a abuelos, tíos, cuñados y mamases de los compañeros de guardería de Arturito. Después de una semana de hospital, y con las ojeras más marcadas que Belloch cuando era ministro, por fin abandonan el hospital no sin antes haber acudido cuatro veces al control de enfermeras a pedir bolsas de basura para poder llevarse a casa medio catálogo del Imaginarium más cercano; dos cajas de lápices de colores; diecinueve cuadernos de pintar; siete muñecos de peluche; dos bolsas de radiografías; la cartilla de vacunaciones de Arturito; el cuaderno en el que mamá apunta las revisiones y visitas al pediatra; un quinto de las existencias totales del kiosco del hospital; tres bolsas con restos de bocadillos, zumos, botellas de agua mineral y bolsas de patatas fritas medio abiertas; las obras completas de Edgar Allan Poe y la guia de talleres homologados de reparaciones del seat Toledo.
CONCLUSIÓN
Los hospitales, sanatorios, centros de salud, etcétera, son lugares mágicos donde el equipaje los pacientes y/o sus acompañantes crece de forma exponencial e inexplicable.
Nepión
3 comentarios:
Por experiencia te digo, que peor que lo se llevan es lo que se dejan... hasta ropa interior sucia hemos encontrado luego en armarios, o restos de comida podrida (justo de pacientes que cuando entraron estaban en dieta absoluta, y cuando salieron... aún no habían empezado con la dieta blanda)....
entrar a un hospital es pasar a la dimensión descocida pero sin puntos de sutura
Una divertida visión optimista de los hospitales. Always lookin' the bright side of life, sí señor.
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