7.10.05

Diarios del paro III

He tenido una entrevista de trabajo. No, no me tengo que retractar. No ha sido el INEM el que me ha llamado. Tengo tantas ofertas del INEM como veces he cenado con George Bush padre. A menudo, incluso, creo que George Bush padre se preocupa más de mi futuro laboral que el INEM. Me enteré de un posible sitio para trabajar gracias a una página de la interné. Ya hace días conté que un servidor, se había dado de alta como buscador de empleo en un buscador de empleos (maldita polisemia). Tras rellenar no menos de mil setecientas veinticuatro veces la casilla “quiere enviar su curriculum a esta oferta”, de vez en vez, me suena el tamagochi. Miro la pantalla, generalmente cuando leo “llamada oculta” pienso que ya están otra vez los del banco reclamando un descubierto de diecisiete euros (cómo si yo les hubiera llamado a ellos dos veces por semana los días cuando eran ellos los que tenían mi dinero). Pero hay veces en que tras la llamada oculta no se esconde el cobrador del frac. A veces, las menos, se trata de alguien del departamento de erreshaches de alguna empresa. El departamento de erreshaches es lo que, quienes llevamos tantos lustros en esto de la cosa laboral, antaño llamábamos Personal. Mala cosa es que, caso de estar disfrutando de sueldo, te llamen de personal. “igual es para darte un aumento” comenta siempre el gilipollas de turno, cuando toda tu planta sabe que hemos entrado en una fase de reajustes y que el agraciado con la carta de despido has sido tú. Miras a tu alrededor y empiezas a percibir miradas huidizas en las que se mezcla el alivio de quienes no han sido los elegidos y la certeza de que Damocles volverá a dejar caer su espada sobre cualquiera de ellos.
Empero, cuando estás en una situación de a-salariado, buscador activo o puto parao, como se quiera decir, la dulce voz que se identifica como “de recursos humanos de…” tiene acordes de música celestial con acompañamiento de big-band. Efectivamente, se trata de una convocatoria para una primera entrevista con fines a una posible contratación. Generalmente estas llamadas me pillan conduciendo, en el mingitorio o en cualesquiera otra parte que me halle alejado de una máquina de escribir (un bolígrafo es, al fin y al cabo, aunque de funcionamiento simple, una máquina).
Como fuere que fuere, hace unos días fui convocado a una de estas entrevistas, y como no están los tiempos para ir perdiendo el singular rechazando ofertas, allí que me presenté. Limpio y bonito como para ir de boda, dispuesto a demostrar al elector ser la persona idónea para el cargo. En estos casos, por mucho que el candidato modere sus pasos para traspasar el umbral apenas un minuto antes de la hora citada para no dar por sentado que se necesita el sueldo tanto como el comer (más incluso, sin sueldo no se come), siempre hay que esperar. Es una forma que tiene el pre-empleador de recordarle al ya de por sí sumiso candidato, quién va a ser el que mande. Reconozco que nunca, ni desde mi ya lejana infancia, me han gustado los exámenes orales. Incluso cuando, como en estos casos, domino a la perfección la materia examinada: Mi vida y mis circunstancias.
En el caso que pretendía contar cuando empecé esta digresión (tengo la rara habilidad de entretenerme por las ramas de Úbeda, bonito sitio, por cierto, en la provincia de Jaén, patria chica de Joaquín Sabina y cuyos habitantes reciben el gentilicio de ubetenses o ubedeños y que tienen prohibido, desde el siglo XVI, la construcción de balcones y voladizos a fin de no quitar la luz del sol a las calles… Lo que decía). En mi caso, digo, Tras una primera parte de la entrevista centrada en mi mismidad, y mis circunstancias salariales pretéritas que ya iré contando en estas webes a lo largo del tiempo (o no), me inquirieron sobre mis aspiraciones en lo referente al estipendio a recibir. Luego de dejarme hablar y manifestar que, en resumen uno está dispuesto a trabajar por una miseria de dignidad, comentome mi entrevistador las especiales circunstancias salariales de la empresa: “Aquí todo el mundo tenemos un contrato de 600€ al mes, el resto es en negro”. Bien, pensé, no es que me guste defraudar al erario, pero la idea no sale de mí. “Son doce pagas y luego, en Navidad y junio, el jefe del departamento reparte unos extras en función de quién se lo merezca”. Ojisaltón y boquiabierto volví la cabeza mirando las paredes que me circundaban. Cuando entre en la sala había pensado que la profusión de escudos de armas medievales y figuras de plomo representando personajes del medioevo era parte de la decoración de una empresa que se dedica a la elaboración de figurillas de plomo. Comprendí al instante que, cual yanqui descrito por Mark Twain, una misteriosa fuerza me había transportado a la corte de don Favila. Pues no perdamos el tiempo, dije, intentando poner un tono de falsa amabilidad en mi voz. Mis convicciones me impiden defraudar el fisco, mentí. Hacienda somos todos, añadí cuando traspasaba apresuradamente la puerta. Tenía que largarme cuanto antes de esa ventana al pasado. Dejé Alpedrete, pues allí fue la entrevista, aliviado por adentrarme otra vez en el siglo XXI. Aunque algunos empresarios no lo sepan.
Nepión

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